jueves, mayo 2

UN MAR DE LUTO DE ALFREDO MARTÍN

El director y dramaturgo Alfredo Martín es el responsable de «Un mar de luto», singular versión del clásico «La Casa de Bernarda Alba», en la que todos los papeles de la obra están a cargo de hombres en una propuesta tendiente a desnudar «el orden patriarcal extremo» que la obra de Federico García Lorca pone en juego.

La puesta de Martín desarrolla un cruce entre el drama lorquiano y el texto de la filósofa norteamericana Judith Butler «El género en disputa» para arribar a «una experiencia escénica que cuestiona la normativa de género binaria».

«Intentamos demoler un marco conceptual perceptivo fijo y naturalizado, donde el cuerpo del varón actúa desde el lugar de lo activo, una suerte de fortaleza puesta en la rudeza, y la mujer queda del lado de la obediencia, correspondiendo a una cierta pasividad», destacó Martín sobre la puesta que puede verse en El Portón de Sánchez de Sánchez de Bustamante 1043 los sábados a las 22.30.

¿Cómo fue el cruce de García Lorca con Judith Butler que usted actualiza en esta versión de «La Casa de Bernarda Alba»?

«La Casa de Bernarda Alba», más allá de su extraordinario valor poético, pone en juego un orden patriarcal extremo, casi llevado al absurdo por Bernarda Alba, donde las mujeres son consideradas como objetos, y deben cumplir un rol accesorio y sacrificial que expulsa cualquier deseo singular y las somete a una vida carcelaria. Por otra parte, Judith Butler en su libro «El género en disputa» plantea el género como resultado de un proceso performativo, donde la asignación binaria está dada desde el nacimiento, y esto se reitera durante toda la vida por medio de diversos actos, sin apelación posible, atendiendo siempre al modelo binario. Se legitima así la inclusión del sujeto en lo social o bien se marca su exclusión, con las consecuencias que acarrea. Nosotros decidimos investigar escénicamente ese cruce complejo, donde cuerpos de varones pudiesen encarnar esos personajes, originalmente femeninos, deconstruyendo una percepción fija y arraigada, donde los cuerpos quedan sujetos a actuar un guion preconcebido de hábitos y esquemas, repetido en forma casi automática.

Estos actores encarnan los personajes desde sus cuerpos de varones, mostrando su vulnerabilidad y su fragilidad. Esa sensibilidad no intenta imitar o parodiar los estereotipos femeninos, de ninguna manera, produciendo entonces una resignificación de imágenes y del conflicto, que irrumpe con impertinencia desde otro lugar, interrogando los imperativos genéricos.

¿Qué efectos cree que produce en la escena y en el público?

Intentamos demoler un marco conceptual perceptivo fijo y naturalizado, donde el cuerpo del varón actúa desde el lugar de lo activo, una suerte de fortaleza puesta en la rudeza, y la mujer queda del lado de la obediencia, correspondiendo a una cierta pasividad. En escena esto se resignifica a partir de lo que el público nos devuelve. Se produce una extrañeza que enlaza algo cercano, esos textos de mujeres agobiadas por la represión que cae sobre ellas; y algo más lejano, que sean encarnados por actores hombres que muestran su vulnerabilidad. Un distanciamiento que produce nuevas lecturas de lo masculino y lo femenino, que atraviesan lo disciplinado por el género binario, sustrayéndose de ese mandato naturalizado. A poco de avanzar la representación el público comienza a introducirse en el drama, acompañando la experiencia e identificándose con la historia, que termina mostrando seres humanos agobiados por la represión de un poder totalitario, que elimina cualquier pulsión de vida. Un espectador nos comentaba que era como escuchar un tema viejo, reversionado, con reminiscencias de lo antiguo, pero despertando a la potencia de los actuales paradigmas feministas.

¿Cuál fue su fidelidad al texto de García Lorca?

El texto fue intervenido, aunque guarda una fidelidad sustancial con el original de su creador. La reescritura cuidadosa lo despojó de los términos castizos, y de algunos anacronismos propios del lugar y de la época (1936), con la idea de traerlo a la actualidad. Los diálogos fueron transcriptos a un castellano neutro, pero en todo momento se resguardó la magnífica poesía, la potencia y la singularidad del texto original. Incluso muchos de sus dichos o refranes quedaron intactos, debido a la musicalidad que aportan a la totalidad.

Lorca está muy presente en la escena argentina, ¿cómo cree que conversa con la actualidad, desde sus temas y desde su lenguaje?

A.M.: Lorca no pudo ver el estreno de «La Casa de Bernarda Alba», su última obra, debido a que fue asesinado dos meses después de concluirla. Su fusilamiento por los franquistas fue un durísimo golpe a la libertad, a la democracia, y a la vida artística y cultural de España. Lorca escribía para el pueblo, creía en un teatro popular, que aportara a la educación y a la cultura, y trabajaba para eso en forma colectiva e inclaudicable.

Su obra magnífica denuncia sin vacilaciones el poder cruel y despótico de las dictaduras. Su poesía y sus dramas continúan siendo un canto a la vida en libertad. Sus textos encienden los cuerpos y despabilan las conciencias, son una mecha ardiente que resiste la embestida de los poderes totalitarios y dialogan de par en par con los paradigmas contemporáneos. La violencia de género sobre mujeres y diversidades; el abuso de poder de la clase dominante; la hipocresía y la indiferencia de la sociedad y la impunidad de los poderes de turno, son temas que articulan ampliamente con su obra y encuentran sentido en la escena contemporánea.

¿Cómo pensó la escenografía y el planteamiento espacial de la puesta?

La puesta en escena responde a la idea de tomar la obra en sus aspectos más abstractos y universales, tomando distancia del costumbrismo rural y expandiéndola hasta la contemporaneidad. Se diseñó un laberinto de círculos blancos, con un tránsito agobiante, en medio de la caja negra, de manera que se circunscribiera un adentro sellado y carcelario, respecto de un afuera atractivo y peligroso a la vez; ambos se irán correspondiendo a medida que avanza el conflicto central, hasta el desenlace. El dispositivo lumínico va modificando radicalmente el espacio, marcando los diversos momentos del día y de la noche, con sus climas envolventes. El acompañamiento sonoro en vivo, realza los enfrentamientos entre los personajes y subraya ciertas situaciones, muy sutilmente, como para no interrumpir la música vital que posee el propio texto.

Se planteó el concepto de obra de arte total, que sostenía el mismo Lorca, en esa época, donde escénicamente se conjugaran actuación, canto, baile y ejecución de instrumentos, conformando un universo integrado.

Foto / Fuente: Télam

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