martes, marzo 19

LA CALLE QUE NUNCA DUERME

por Jorge Lomuto

«La calle que nunca duerme», así definió a la avenida Corrientes Roberto Gil, guionista, entre 1950 y 1960, del programa cómico “Calle Corrientes» se transmitía los sábados después del mediodía por LR4 Radio Splendid. Efectivamente, en aquellos años, la efervescencia rondaba por la principal arteria de Buenos Aires en una romería sin pausa. El tango, tuvo en la avenida Corrientes templos en los que actuaron las más destacadas orquestas y cantantes. Muchas de sus letras están inspiradas en esta arteria o bien la mencionan, con nostalgia o picardía.

Los principales teatros, varios de los cuales se mantienen hasta hoy, algunos cines de categoría, muchos desaparecidos bajo la piqueta de la especulación inmobiliaria, florecieron sobre esta avenida que atraviesa cinco barrios porteños, tan disimiles entre sí como peculiares.

Cuando el 1583 Juan de Garay dispuso el trazado de la ciudad en un cuadrilátero, con sujeción a las leyes de Indias, la cuarta calle entre las doce que había hacia el norte, a partir de la Plaza Mayor, al realizarse la primera medición en 1608, aparece la entonces denominada Calle del Sol. Nacía en el río y se perdía no muy lejos por lugares descampados y poblados de tunales. En 1738 se le impuso el nombre de Calle de San Nicolás, debido a que en la hoy intersección entre la avenida Corrientes y Carlos Pellegrini, el capitán Domingo Acassuso había mandado erigir la iglesia que puso bajo la advocación de San Nicolás de Bar¡. La arteria atravesaba otros dos curatos: los de la Catedral y de la Piedad.

Existían entonces varias pulperías, frecuentadas por algunos parroquianos duros entre quienes abundaban las riñas que solían ser sangrientas. Por esta razón  esta zona se conoció como barrio Recio. Por esos tiempos esta arteria fue temible, las familias no transitaban por ella, lo que restringió la concurrencia en modo considerable. La calle tenía,  una sola cuadra, con acera de un solo lado, desde el Este.

 El plano elaborado en 1756 por el padre Pierre Francois Xavier de Charlevoix incluye a la actual Corrientes con rasgos fundamentales en el trazado de la ciudad, de la cual constituyó el límite Norte según croquis efectuado doce años después. Había casas de adobe circundadas por las terrosas calles, entre las cuales las de San Nicolás (tenía diez cuadras de largo y siete de ancho) y Concepción eran de las pocas que tenían nombre y se hallaban presentes en un plano de parroquias que el 3 de noviembre de 1769 elaboró el obispo monseñor Manuel Antonio de la Torre. En 1790, el Ayuntamiento numeró las calles, de Norte a Sur y de Este a Oeste. «Le correspondió entonces a la calle de San Nicolás el número 16, pues la numeración partía empezando por el Alto de San Pedro, siendo la primera la calle de Santa Bárbara, es decir la actual Cochabamba.»

 En el padrón dispuesto por el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo en 1778 aparece la calle de San Nicolás con 337 habitantes, así distribuidos: españoles, 99 en la acera norte y 124 en la acera sur; mulatos, 17 y 47, respectivamente; negros, 17 y 20; mestizos, 7 y 2, e indios, 2 y 2. Habitaban en menos de 70 casas, aisladas entre terrenos baldíos.

 En 1808 el virrey Santiago de Liniers y Bremond estableció que la calle llevara el nombre de José Santos Inchaurregui, que fue regidor del Cabildo y luchó durante las Invasiones Inglesas. Ello fue en vida de Inchaurregui, que murió en 1811, dejando «una familia numerosa, muchos negocios pendientes y bastante dinero.

  Un año antes, «producida la Revolución de Mayo de 1810, sus adherentes, con el objeto de borrar de la memoria a los españoles, hicieron desaparecer anónimamente de las calles de la ciudad las tablillas que tenían sus nombres. No obstante, el cambio oficial se produjo en 1822, conservando, según expresión del profesor Jorge Ochoa de Eguileor, (3) el sabor rencoroso hacía España… La nueva nomenclatura apareció en un plano de Buenos Aires publicado en 1822 por el ingeniero militar Felipe Bertrés. Corrientes siguió siendo la calle olvidada durante la época de Rosas; pero en el tramo comprendido entre las de San Martín y Suipacha se establecieron familias de importancia. Después de Caseros se convirtió en una calle cosmopolita y ganó lugar hacia tierra adentro serpenteando entre las chacras de durazneros, higueras y limoneros».

En 1882, el intendente Torcuato de Alvear incluyó en un plan la ejecución de un tramo de granito. El empedrado se efectuó en Corrientes entre Callao y Centro América (actual avenida Pueyrredón). Desde los comienzos del siglo XX se pensó en ensancharla pero debido a largas dificultades en cuanto a expropiaciones de edificios, ello tuvo efecto en los años ’30. El 12 de octubre de 1936, en ocasión de cumplirse cuatro siglos de la primera fundación de Buenos Aires por Pedro de Mendoza, se realizaron en la avenida Corrientes bailes populares para celebrar el ensanche. Para satisfacer los requerimientos de la nueva fisonomía fue demolida la iglesia de San Nicolás de Bari, que se halla actualmente en la avenida Santa Fe al 1300.

Otro emplazamiento legendario fue el Circo Hippodrome, que estaba en la esquina de Corrientes y Carlos Pellegrini. «La vigencia del circo en Buenos Aires se remonta a la primera mitad del siglo anterior, con los espectáculos del jardín del Retiro y más tarde con los del Circo Arena, instalado en la quinta de Zamudio, en Paraná y Corrientes; con las del escenario y picadero del Podestá ‑ Scotti en el Corralón del Pino de Montevideo y Cuyo (actual calle Sarmiento), ocupado ahora por un mercado, o las de Anselmi, Raffetto, Casali, Chiarini y muchos más. Su historial está avalado por figuras de gran popularidad, pero pocas o ninguna como la de Frank Brown, que divirtió a varias generaciones y de quien se ha cumplido otro aniversario de su nacimiento, ocurrido el 6 de septiembre de 1858 en Brighton».

El circo ecuestre acrobático poco a poco se fue perdiendo. En el Corralón del Pino, José Podestá a los 67 años, protagonizó al gaucho Juan Moreira montando a caballo como en sus mejores días.  Y en el Circo Hippodrome se ofrecía la pirámide humana., en la cual, sobre un caballo, había dos equilibristas, encima de estos otros dos, que a su vez sostenían a un tercero, todos ellos de pie y con armónicas posiciones. Y también la lucha de los caballeros, escena de pantomima a cargo de dos supuestos gladiadores con armaduras antiguas sobre sendos equinos.

A los 12 años Frank Brown dejó su hogar para incorporarse a la vida trashumante del quehacer circense. En la isla de Portsea actuó por primera vez y luego de hacerlo en varios países europeos se presentó con los hermanos Carlo en nuestro país en 1884. «Tres años más tarde, el 4 de junio, le tocó inaugurar el teatro San Martín, en la calle Esmeralda, con elenco propio. Allí ofreció magníficos espectáculos, entre otros, la pantomima acuática y Cendrillón, que deleitaron al público infantil de antaño. Estaba dotado de una gran cultura, como que recitaba a Shakespeare de memoria y llegó a interpretar una certera parodia de Hamlet.» En las matinées de los jueves y los domingos en el San Martín, el inigualable payaso repartía golosinas. «¡A mí, Frank, a mí, un chocolatín!», gritaban los niños. Y el clown abría su mano pródiga ante los infantiles requerimientos. Una breve calle de Buenos Aires situada en el Bajo de Flores, (intersección de las avenidas Perito Moreno y Mariano Acosta), recuerda a Frank Brown, quien falleció el 9 de abril de 1943. Su salud se había quebrantado desde la muerte de su esposa, Rosalía Robba, destacada ecuyére que con el seudónimo de «Rosita de la Plata», llegó a ser la estrella de circo más atrayente del mundo.

Corrientes siempre creció. Puede decirse que su evolución ha sido constante, casi desde el mismo momento de su creación. Pero hay pasajes en los cuales la transformación ha sido más notoria que en otros. Tiempo antes de producirse el ensanche, hubo algunas concreciones de magnitud que se anticiparon al lujo que tendría más tarde la moderna arteria.

Una de ellas fue el subterráneo de la línea B, que une las estaciones Leandro N. Alem con Federico Lacroze. «El 17 de diciembre de 1927 se firmó en Nueva York el convenio financiero, para construirlo, entre don Teófilo Lacroze; el presidente del Banco de la Nación, Dr. Tomás de Estrada; el Dr. Luis Rocca, titular del directorio del Ferrocarril Terminal de Buenos Aires, y los banqueros Harris y Forbes, para la realización de la obra que estaba autorizada por ley N° 8.870, de 1912».

Los trabajos se iniciaron en 1925. El primer tramo, de Chacarita a Callao ‑7, 021 kilómetros‑ se efectuó en 22 meses y se inauguró el 15 de octubre de 1930. El segundo hasta Carlos Pellegrini se concluyó en 1931 y el tercero hasta Alem, en el mismo año. La profundidad máxima a la altura de la calle Maipú es de 17 metros. En algo más de 62 millones de pesos fueron estimados los gastos que demandó la construcción e instalación de esta línea. “Cuando se realizaba la excavación para la estación Leandro N. Alem se produjo un descubrimiento importante. Se hallaron los restos de un mamut ‑fósil de la época cuaternaria‑ que fueron enviados al Museo de Historia Natural de La Plata». Más de setenta años jalonan la historia de este subterráneo, cuya trocha es más ancha que la de la línea A. Este moderno medio de transporte en buena parte descongestiona el copioso tránsito de superficie. Con trece estaciones la línea B recorre el subsuelo de la avenida Corrientes en casi toda la extensión de esta arteria. Está prevista la prolongación del ramal realizándose trabajos con vistas a que cuente próximamente con dos nuevas estaciones, Tronador y Los Incas, y posteriormente con dos más, Echeverría y Urquiza, llegando entonces al corazón del barrio de Villa Urquiza. El plan propone que en una siguiente etapa el recorrido abarque hasta el Parque Sarmiento o la traza de la ex Autopista Central.

En Corrientes y Bouchard, la Bolsa de Cereales, entidad fundada el 15 de marzo de 1854 y que había tenido su primera sede en Cangallo (hoy Tte. Gral. Perón) 2753, sentó reales en 1929 al comprarle al Banco de la Nación un terreno de 2.269 metros cuadrados. Diez años tardó en inaugurar allí su nuevo local, que tiene 14.000 metros cuadrados de superficie cubierta con dos cuerpos de edificio, uno de los cuales consta de siete pisos y el otro de once.

Cuando en 1993 la arquitecta Victoria Braustein «recolectó testimonios, memorias y documentos para empezar a recuperar 9.920 m2 de áreas públicas de un edificio que tiene en total siete pisos, 80.157 m2», refirió ‑en las páginas de la Revista La Nación‑ los orígenes del emplazamiento del Palacio del Correo, situado en la manzana que bordean las calles Leandro N. Alem, Corrientes, Bouchard y Sarmiento. Señala Braustein que Norberto Maillart, el mismo arquitecto que trazó los planos del Colegio Nacional de Buenos Aires y del Palacio de Tribunales, proyectó en 1880 el local del Correo, que esperó casi medio siglo para ser habilitado. Ello ocurrió en 1928 cuando puntualiza Braustein‑ «el Correo tenía una función social tan importante que el ejército de carteros era un ejército feliz; tenía un uniforme con botones de bronce a los que sacaban lustre orgullosos para la inspección de cada mañana. Eso me lo contaron empleados que todavía quedan, añorando la mística de ser los mensajeros de la gente.»

En una casa ubicada en la calle Perú fue donde funcionó primeramente este servicio. En 1822 se mudó a otra situada en la actual calle Bolívar entre Venezuela y Belgrano. Más adelante pasó a un edificio adyacente a la Casa de Gobierno (Hipólito Yrigoyen y Balcarce), hoy incorporado a la sede gubernativa y después de un paso por otra finca situada en Moreno y Bolívar, se trasladó a un gran local que estaba en Corrientes y Reconquista. «Era un caserón que había pertenecido a Rosa Anchorena de Fernández. Todo lo que se refería a cargas, se hacía por un acceso de la calle Reconquista. La entrada sobre Corrientes era la destinada a telegramas al exterior. Sobre la ochava se accedía al despacho de cartas y franqueo. El Correo no permaneció mucho en ese lugar. En 1888, el entonces director, don Ramón J. Cárcano, pensó en erigir un verdadero edificio y, de lleno en esa empresa, se lo logró inaugurar en 1928 y es el que actualmente ocupa”.

Abarcando una manzana delimitada por Corrientes, Bouchard, Lavalle y Madero se halla el Luna Park. Era propiedad de Ismael Pace y José Antonio Lectoure. El primero de ellos era hijo de Domingo Pace, que arribó proveniente de Italia a los dos años de edad y fue pionero de la empresa, a la que llegó con vasta experiencia, tras haber conducido desde 1912 una feria de esparcimiento llamada también Luna Park situada en la calle Rivera (así se llamaba un tramo de la avenida Córdoba) 641. Lectoure había sido campeón amateur de boxeo en peso liviano y se vio posteriormente afectado por una progresiva ceguera. Murió en 1950 y su viuda, Ernestina Devecchi, se hizo cargo de la parte respectiva secundada por un sobrino, Juan Carlos Lectoure, que años después quedó al frente al fallecer su tía y también Ismael Pace, muerto en un accidente automovilístico en 1956.

El Luna Park ha sido por excelencia el máximo escenario del boxeo argentino, que durante mucho tiempo tuvo en los sábados sus habituales jornadas. La primera pelea se realizó el 5 de marzo de 1932 y con ella se inició una trayectoria de más de 60 años que tuvo como protagonistas a afamados púgiles locales y a otros de proyección internacional; campeones mundiales, en diversos casos, que exponían sus títulos ante tribunas colmadas. Construido sobre terrenos ganados al río y apoyado en 183 pilones, el Luna Park ha sido pródigo lugar para la realización de otros eventos deportivos. Los 6 Días en Bicicleta, famosa prueba ciclística de nivel internacional, ha constituido una singular atracción, lo mismo que certámenes de básquetbol, tenis, lucha y catch. Las expresiones artísticas han alcanzado considerable nivel, siendo famoso el espectáculo de patinaje sobre hielo Holiday on Ice, que con ingeniosa coreografía reúne números circenses y otras interpretaciones. Artistas como Pepito Cibrián, Mercedes Sosa, Charly García, Fito Páez, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y el conjunto Red Hot Chilli Peppers presentaron espectáculos allí, donde también tuvieron lugar los dos recitales de despedida del grupo Sui Generis.

Al referirse a la vida de Buenos Aires en las noches sabatinas, el tango Un sábado más, de Chico Novarro, de la década de los `60 recuerda que Nicolino Locche pelea en el Luna Park, entre otras distracciones que se ofrecían por entonces al público porteño. Restaurantes, confiterías y bares con orquestas, cabarets, night clubs y otros locales componían un repertorio abierto a las opciones de los jóvenes ‑y no tan jóvenes‑, mientras caía, tal vez con luces que tiempo después comenzarían a languidecer, sobre Buenos Aires / un sábado más…

Desde 1887 la Municipalidad porteña proyectaba el trazado de la Avenida 9 de Julio y de la Diagonal Norte, a la que se impuso el nombre de Roque Sáenz Peña en homenaje a quien, en ejercicio de su mandato, propulsó la ley del sufragio universal. Sáenz Peña falleció en 1914 y dos años después surgía, con Hipólito Yrigoyen, el primer gobierno elegido mediante el voto de la ciudadanía. La ley 8.885 de 1911 autorizaba el proyecto de apertura de esas amplias calles, pero sólo en 1919 pudieron concluirse las numerosas expropiaciones dispuestas, que habían originado grandes polémicas.

En el cruce de la Diagonal, Corrientes y la Avenida 9 de julio se estructuró una rotonda, con el propósito de facilitar el tránsito una vez que la Avenida fuese habilitada. El intendente Mariano de Vedia y Mitre propuso erigir en el lugar un obelisco cuyo proyecto se confió al arquitecto Alberto Prebisch. Fue inaugurado el 23 de mayo de 1936. La puerta de acceso permite ascender por una escalera de hierro de 200 escalones con siete rellanos cada ocho metros y uno a seis metros. La altura es de 67,50 metros. Tiene cuatro ventanas, una en cada cara del ápice. Un tango llamado El Obelisco, con música de Américo Elessio de Grecco y letra de Lito Bayardo le canta con términos de limitado nivel. Eran los años en que Corrientes, nacida ‑según se ha mencionado‑ como Calle del Sol, podría haber sido llamada también Calle de la Luna, por haberse constituido en privilegiado ámbito de la algarabía nocturna.

Desde los tiempos de Corrientes angosta (así se llama otro evocador tango de Juan B. Gatti y Horacio Sanguinetti), un público numeroso y entusiasta desfiló por confiterías y bares. En la mayoría de ellos actuaron los intérpretes más acreditados de la música típica, de jazz, tropical y melódica. En el Tango Bar ‑estaba en la cuadra del 1400‑, por 3 pesos se podía tomar un café y escuchar a Alberto Marino, Julio Sosa, Enrique Campos u otros afamados cantantes. En el Nacional ‑al 900, junto al teatro homónimo‑ actuaron Osvaldo Pugliese, Alfredo Gobbi, Alberto Mancione. «Hola, pibe, ¿venís a verme?», decía con tono familiar y bohemio el cantor Carlos Roldán, de pie en la puerta de la confitería La Armonía, donde actuaba. Marzotto, Guaraní y Germinal eran otros cafés con música, así como las confiterías Nobel, Real y El Galeón, y luego también Ruca, donde actuaron Héctor y su jazz y también la jazz Savoy con el trompetista Esteban.

En Corrientes 825 funcionó antiguamente el cabaret Royal Pigall, recordado por un célebre tango de Juan Maglio «Pacho». Esa sala fue después el famoso Tabarís, club nocturno de elevado nivel.

A comienzos del siglo XX, en el número 922, estaba el Café Los Inmortales, en un principio llamado Café de Brasil marca Santos Dumont. Allí cantó Carlos Gardel y fueron asiduos concurrentes Florencio Sánchez, Rubén Darío, Evaristo Carriego, Charles de Soussens, Héctor Pedro Blomberg, Carlos de la Púa, entre otras famosas figuras. Allí, León Desbarnats, un francés representante del propietario, servía a los artistas un copioso desayuno por el increíble precio de 15 centavos. Los beneficiarios sostenían que, gracias a esa generosidad, ellos serían inmortales. De ahí el origen del nombre que tanto perduró y que actualmente, desde hace alrededor de 35 años, luce una cadena de pizzerías, uno de cuyos locales se halla en la avenida Corrientes 1369.

Otras pizzerías célebres son Güerrin (Corrientes 1368) y Banchero Centro (Corrientes 1300) En el número 838 está Las Cuartetas, que fue la primera hace 60 años, en impulsar lo que entonces fueron innovaciones, como la pizza de espinaca con salsa blanca, jamón con morrones y otras variedades luego ampliamente difundidas.

La Iglesia Evangélica Metodista Argentina se encuentra desde 1874 en avenida Corrientes 718. En su gran templo se efectúan los oficios del culto y conciertos de diversos géneros. Un órgano de más de cien años aprovecha la acústica de este imponente edificio de estilo neogótico, en cuya biblioteca William C. Morris creó las Escuelas que llevan su nombre y «surgió la Sociedad Protectora de Animales, cuyo primer presidente fue el poeta Carlos Guido Spano.»

«Vení, vamos a comer empanadas a La Helvética» era una frase frecuente entre periodistas del diario La Nación, que entonces tenía su redacción en San Martín 344. Ese restaurante, desaparecido en 1975, se hallaba en la esquina sudoeste de Corrientes y San Martín y fue cita casi obligada para gente de prensa, diplomáticos, políticos y artistas. Allí concurrieron Bartolomé Mitre, Carlos Tejedor, José Ingenieros, Enrique García Velloso, Rubén Darío, Jorge Luis Borges,

Francisco Luis Bernárdez, Alberto Gerchunoff, Augusto Mario Delfino, Héctor Pedro Blomberg y Ernesto Sábato, entre las figuras de mayor renombre. En la esquina nordeste se encontraba La Fragata, elegante y amplia confitería frecuentada por parejas, por empleados y estudiantes que a la salida de sus ocupaciones, iban a compartir una breve tertulia junto a un aperitivo con ingredientes.

  Al continuar hacia el bajo, por la acera sur encontramos el número 348, 3‑4‑8 según lo menciona Carlos César Lenzi en la letra del tango A media luz, con música del violinista y director de orquesta típica Edgardo Donato. Hay allí un garaje. Y una placa con esta leyenda: «A.P:A.C. Aquí en Corrientes 348 se inspiró el tango A media luz, de Edgardo Donato y Juan Carlos Lenci (sic). Sus versos y su música han dado pasaporte internacional al tango argentino. Asociación Propulsores de la Avenida Corrientes. Buenos Aires, 12‑11‑1974.» Si bien es ponderable la intención de tributar un justo homenaje a ese tango, advertimos que se ha errado en el nombre del autor (es como lo citamos primeramente) y en cuanto a que el lugar inspiró la letra, pues ésta canta a un sitio imaginario, sólo presente en una fecunda fantasía, donde se hallaba cómodo el supuesto protagonista, con todo a media luz, crepúsculo interior…

Como lo señalamos al comienzo, son numerosas las páginas que en la música ciudadana cantan a la arteria que goza de predilección entre los porteños. A los ya mencionados se agrega el famoso Corrientes y Esmeralda, de Francisco Pracánico y Esteban Celedonio Flores. Una parte de sus versos dice: «En tu esquina criolla cualquier cacatúa / sueña con la pinta de Carlos Gardel.» Por esa razón, el mismo Gardel, entrañable amigo de Flores, no quiso grabareste tango. Solamente lo cantó unas pocas veces, diciendo: «sueña con la pinta de Charles Boyen».

Otro éxito fue, en los años ’40, Tristezas de la calle Corrientes, de Domingo Federico y Romero Expósito, que logró amplia difusión en las versiones de Aníbal Troilo con Francisco Fiorentino y de Roberto Goyeneche con la orquesta de Armando Pontier. No tuvo en cambio, la misma llegada el tango Esta es mi calle, de Felipe Mitre Navas, a pesar de que fue grabado por el cantor Alberto Castillo con la orquesta dirigida por Emilio Balcarce en 1944. Corresponde señalar, que su letra, aunque simple y superficial, sirve para exponer la alegría entonces reinante, como se aprecia en éste, su estribillo: Esta es mi calle Corrientes, / la de mi dulce bohemia,/ que con su encanto se adueña /de mi alma sentimental./ Mi linda calle Corrientes,/ amiga fiel de mi vida,/ que cuando tengo una herida/ le das consuelo a mi mal.

Como vía principal de la noche porteña Corrientes fue la calle del tango. Pero no sólo por los notables intérpretes que desfilaron por teatros y bares, sino también porque, en el barrio del Abasto a pocos pasos de la avenida, en Jean Jaurés, vivió Carlos Gardel, máximo exponente de la canción ciudadana. En esa zona está la breve calle peatonal que lleva su nombre, donde se encuentra su monumento en bronce. Está al costado del edificio del ex Mercado de Abasto, hoy moderno shopping. La larga historia del mercado comenzó el 30 de julio de 1889, cuando fue creado para atender la provisión de verduras, frutas y otros productos que eran comprados para ser comercializados después al menudeo.

En 1931 se construyó el edificio que le dio fama, en las manzanas delimitadas por las calles Corrientes, Anchorena, Lavalle y Agüero, que obtuvo un premio de la Municipalidad de Buenos Aires por su armonía arquitectónica. Durante muchos años desfilaron hasta 400 camiones por día con miles de cajones de mercaderías. En 1954 se filmó allí la película Mercado de Abasto, con Pepe Arias, Tita Merello y Juan José Míguez. Largo tiempo después, cuando ya se hablaba del traslado al Mercado Central instalado en La Matanza, el pintor Antonio Berni propuso transformar el local en un amplio centro cultural al estilo del Pompidou francés. Lejos de ello, el inmueble fue reciclado y transformado en shopping, donde funciona también el Museo de los Niños.

En un trayecto que tiene permanente vigencia y muestra modernas realizaciones, la actualidad rinde homenaje a los grandes. Ante el número 1318 una placa recuerda: «En este solar vivió la señora Tita Merello, destacada actriz de cine, radio, teatro y televisión y cantante de nuestro tango, nacida el 11 de octubre de 1904 y distinguida ciudadana ilustre de la ciudad de Buenos Aires. Homenaje de la Asociación Amigos de la Avenida Corrientes, 11‑101993». En la esquina nordeste de Corrientes y Carlos Pellegrini, otro bronce tiene esta leyenda: «Esquina Mariano Mores. Calle de Tango».

A la altura del 1600 está el Paseo La Plaza, ámbito cultural, gastronómico y comercial instalado en el predio en el que funcionaba el Mercado Modelo y los restaurantes Bachín y Pichín. El Paseo se inauguró el 27 de septiembre de 1989, aunque ya el 12 de julio de ese año se había estrenado la sala Pablo Neruda con un recital del mimo Marcel Marceau. Hay otras salas que llevan los nombres de Alfonsina Storni, Pablo Picasso, julio Cortázar y Pablo Casals.

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Bibliografía.

1 .‑ Revista Buenos Aires nos cuenta, número 7, Calle Corrientes. Su historia en Cinco Barrios. julio 1984, página 7.

2.‑ Idem, página 8.

3.‑ Ochoa de Eguileor, Jorge, Manual de Buenos Aires, 1823. Edición de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1981. Revista Buenos Aires nos cuenta, número citado, página 1 I 5.‑ Diario La Nación, 28‑9‑1971.

6. Historias de la Ciudad – Una Revista de Buenos Aires”  (N° 16, Julio de 2002).

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