martes, abril 23

GABRIELA LAPERRIÉRE DE CONI

(1866 – 1907)
Escritora, intelectual, periodista, militante socialista y sindicalista, activista en el movimiento obrero argentino, Gabriela ha sido una figura precursora y olvidada en la larga lucha por la defensa de los derechos de las mujeres y los niños.
Nacida en burdeos (Francia) realizó estudios recibiéndose de maestra normal. Emigró a la Argentina y se instaló en la ciudad de La Plata junto a su segundo marido, el médico higienista Emilio R. Coni.
Su primera participación activa en nuestro país data de 1901 en un momento de gran agitación política y diplomática que colocó a la Argentina al borde de una guerra con Chile. Gabriela dictó conferencias a favor de la paz sudamericana, en Buenos Aires y en Santiago de Chile. En ellas decía: “… no más aristocracia del dinero, no más burguesía, no más mujeres del pueblo: todas las madres (…) En los demás países el mismo grito resuena. Allá, aquí, más allá, la Liga de las Mujeres hace repercutir idéntico gemido plañidero. Acrecienta entonces la incertidumbre o hácela nacer; ayuda al pueblo a tornarse dueño de su propio destino y a encaminarlo según sus deseos. La americana no puede creer, con su fe sublime, que los pueblos que han lanzado gritos de paz, puedan ser cómplices de un insulto o de una injusticia del uno hacia el otro: ¡los pueblos se aman!… Proclamadlo por todos los ámbitos, señoras, infundid esta convicción, predicad entre los hermanos la santa paz. Y el resultado será la abolición de las guerras, de las revoluciones sangrientas, que tantas lágrimas os han costado, madres argentinas (…) Las feministas nos enseñan que ya pasó para nosotras el tiempo de la inercia, nuestra Edad Media. Es dulce ser amadas y dejarse amar, pero esa quietud egoísta no conviene a las almas generosas; mostremos a nuestro turno a la humanidad, que la amamos y ayudamos con nuestro concurso. Voy a concluir, señoras y señores, pues comprendo que he abusado de vuestra benevolencia y terminaré con estos votos que ciertamente ratificaréis. Millares de mujeres trabajan en Europa para obtener este resultado: imitémoslas pensando que muchas piedras alineadas forman temibles murallas y cantidad de gavillas, opulentas cosechas. Tengamos confianza: el tiempo ansiado vendrá, tal vez está muy próximo. Las sanas intenciones, tarde o temprano dan sus frutos, y mucho antes del Congreso de La Haya algunos precursores hablaban ya de una aurora radiante y próxima. Si llegamos a contemplar esta aurora bendita, estaremos orgullosas de haberla arrancado a la noche y de haberla hecho resplandeciente. A la obra, pues, mujeres todas: ricas y pobres, que nuestra fe y nuestra caridad se unan a nuestras hermanas americanas. Ofrezcamos juntas al nuevo siglo este presente de feliz advenimiento y con nuestros hijos en los brazos, exclamemos: ¡Viva la Paz!”.
En 1902 la Municipalidad de la ciudad de Bs. As. La nombró inspectora honoraria de los establecimientos industriales de la capital para vigilar la situación en la que trabajaban las mujeres y los niños.
Muy preocupada por la situación en las fábricas, especialmente en las de bolsas de arpillera, no dudó en denunciar todas las irregularidades cometidas por los empresarios como la existencia de tinglados de chapa –calientes en verano y gélidos en invierno-, el uso de poleas y correajes sin protección, la presencia de menores de ambos sexos atendiendo las máquinas, los horarios prolongados, la obligatoriedad de limpiar los talleres, las enfermedades relacionadas con el procesamiento de diversos tipos de insumos y las deformaciones originadas por posiciones forzadas en la atención de las máquinas. Decía en su informe: “Mucho me ha preocupado, señor Intendente, este gremio de trabajadoras. Esta industria es perjudicial a la salud por la cantidad de peluza (sic) que desprende la arpillera en sus diversas manipulaciones; esa peluza, en extremo difusible, cubre por completo el vestido de las obreras, a tal punto que se tapan la cabeza con un pañuelo para no ensuciarse el cabello. Sobre algunas, vestidas de luto, he podido comprobar la cantidad enorme de filamentos que cubrían sus ropas”.
Fue también una activa participante en las campañas de lucha contra la tuberculosis.
En 1903 presentó un proyecto para reglamentar el trabajo de mujeres y niños que fue elevado por Alfredo L. Palacios –a quién había acompañado como una de las primeras mujeres que hablaron en asambleas políticas-, luego de asumir su banca en 1904 y que sería sancionado finalmente en 1907 como ley 5291. Reflexionando sobre los estragos del exceso de trabajo decía: “¿Sabéis lo que es el cansancio?: Un fenómeno de envenenamiento y consunción. El trabajo acelera los movimientos respiratorios y cuando es exagerado produce por envenenamiento pérdida de aliento, disminuyendo también la resistencia al calor y al frío. No invita al reposo como pareciera lógico provocando un estado de depresión e irritabilidad, de sobreexcitación nerviosa que aleja muchas veces el anhelado sueño”.
Fue también una consecuente militante política. Asidua colaboradora del periódico socialista La Vanguardia y fundadora del Centro Socialista Femenino la designaron, en 1904, como miembro del Comité Ejecutivo del Partido Socialista, cargo en el que permaneció hasta 1906.
En 1905 se manifestó en clara oposición al proyecto de Ley Nacional del Trabajo impulsado por el entonces ministro Joaquín V. González. En ese mismo año, junto a Luis Bernard, Emilio Troise, Sebastián Marotta y Julio Arraga, entre otros, organizó a los “sindicalistas revolucionarios”, grupo que se inspiraba en el francés Georges Sorel para crear un importante movimiento de masas obreras.
Desde esta filiación ideológica se opuso a la acción político-parlamentaria del PS apoyando la huelga general de ese año como respuesta al estado de sitio dictado por el gobierno oligárquico. La situación interna frente a la conducción reformista de Juan B. Justo se hizo insostenible eclosionando la escisión en el VII Congreso del PS reunido en Junín el 15 de Abril de 1906.
Sus obras principales son: Conferencia sobre la paz (1901), Causas de la tuberculosis en la mujer y el niño obreros (1903) y Alma de niño (1907). Siempre trató de escribir sus alegatos y obras de difusión con un único objetivo: llamar la atención sobre la cuestión social en la Argentina. Falleció en Bs. As. El 8 de enero de 1907.
Debemos recuperar tanto su trabajo intelectual como militante pues nos ha dejado una enorme conciencia de lucha para la clase trabajadora. El reconocimiento a esta luchadora es un aporte importante para general conciencia en el cumplimiento de las leyes que castigan la discriminación salarial, la segregación ocupacional y el acoso sexual que sufren hoy muchas mujeres de nuestra patria.

MAXIMILIANO AUGUSTO MOLOCZNIK – LOS MALDITOS – VOLUMEN IV – PÁGINA 81
Ediciones Madres de Plaza de Mayo

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