por Dolores Pruneda Paz
La poética villera da vida a un ensayo fotográfico que se exhibirá hasta fines de junio en el porteño Centro Cultural Borges,“Ciudad Oculta: una mirada alternativa sobre las villas y sus habitantes”, en el que Nahuel Alfonso trabajó más de una década, desde el violento desalojo del Parque Indoamericano en 2010 hasta el inicio de la pandemia en 2020, dando forma a un paisaje intimista de belleza clásica y armónica al extremo que cuestiona las nociones sobre caos y violencia del imaginario contemporáneo.
Los pasillos, los interiores de las casas, cielos, noches y techos captados por Alfonso -habitados por vecinos, tíos, primos y amigos que forman parte de su educación sentimental- componen una panorámica que elude los discursos estigmatizantes de la mirada hegemónica: “La villa me ayudó a terminar los estudios, a concentrarme y a rescatarme también”, dice.
La necesidad de Alfonso (Buenos Aires, 1987) de retratar esa realidad surge precisamente como reacción a un acontecimiento que encarnó sin medias tintas los alcances de esa estigmatización: el violento desalojo del 7 de diciembre de 2010 que terminó con dos manifestantes muertos (familias reclamaban viviendas) y la forma en que los medios hegemónicos lo comunicaron.
Todo eso atravesado por otro acontecimiento, esta vez del orden de lo íntimo, una ruptura amorosa: «Pensé en usar la potencia de la bronca por la separación y por que trataran así a las clases más populares para hacer algo totalmente distinto, algo que no sería noticia ni fotos que ilustren el titular, que me llevaría muchísimo tiempo y que nadie estaba haciendo: trabajar la poética de las villas», resume sobre el germen de un proyecto que erosiona los lugares comunes sobre lo ignominioso y abyecto.
Las fotos, claroscuros blanco y negro donde gana la luz, recorren las calles del asentamiento surgido en 1937 al interior de Villa Lugano, donde hoy viven unas de 30 mil personas, recordado por el Elefante Blanco, edificio monumental destinado a ser el hospital más grande de Latinoamérica que quedó inconcluso con el golpe del 55 contra Perón; completamente demolido en 2018 y ahora espacio público y futura sede, en construcción, del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño.
La muestra -que contó con una primera versión, más reducida, en 2017 en el Centro Cultural Haroldo Conti- llega al centro Borges de Viamonte 525 como parte de un centenar de actividades propuestas en el marco de una la nueva edición del Proyecto Ballena que organiza el Ministerio de Cultura nacional, y llega con el apoyo del Programa Federal de Itinerancias promovido por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.
«En mis imágenes no hay ningún instante decisivo, no es un concepto al que adhiero -dice el fotógrafo-, no hay ningún momento específico para inmortalizar, hay un estado, un vínculo que se estira en el tiempo y que en algún momento se capta, nada como un salto o una palomita que justo pasaba o esas cosas que hacen a lo que Cartier-Bresson llamaba el instante decisivo».
No me refiero a Bresson por el instante decisivo sino por la imagen que finalmente se ve, como la de los dos nenes con un paraguas en una calle angosta anegada de la villa, tan armónico todo, tan equilibrado y clásico en su belleza.
Eso son herramientas narrativas que salen de uno mismo. Mi vida fue extremadamente disfuncional, muchos quilombos de padres, familiares, amistades, escolaridad, todo junto, entonces la búsqueda del equilibrio fue algo que traté de hacer todo el tiempo, como para resistir ese barro. Tocaba la guitarra o bailaba solo y descubría que tenía como un flow, con la fotografía igual, tenía que dar con herramientas que ya tenía y que simplemente recordé.
¿Estas fotos son todas de la Ciudad Oculta?
La muestra tiene dos partes: una de 2010 a 2016 donde entra la imagen de los chicos y el paraguas, muy anterior, de 2007, pero que la incluyo porque esa foto es el inicio de la técnica, con ella me doy cuenta que voy a seguir el camino de la fotografía; y otra parte que va de 2016 a 2019, que son las fotos nuevas que se exponen ahora. Algunas que no son en Ciudad Oculta pero sí de sus personajes. Hice una pequeña selección para mostrar esos vínculos que se desprenden de la Ciudad Oculta pero que continúan en el tiempo y ya no importa dónde estás fotografiado, porque la ciudad es la raíz.
Hay una identidad.
Estoy bastante desarraigado últimamente, pero trato de agarrar las raíces. No sé, es tan disfuncional mi historia que tiro manotazos para no perderme y siempre encuentro que no esas raíces no están en ningún lado.
La muestra incluye fotos que no son tuyas.
Hay una vitrina con unas 200 fotos de 10 por 15 de los pibes que pasaron por la Fundación PH15 y que fotografiaron desde casi todos los ángulos al Elefante Blanco.
¿Cómo llegaste a PH15, una organización que postula apropiarse del arte como herramienta de cambio social?
A los 14 estaba de bardo, hice un montón de giladas, cosas fuleras y mi vieja me dijo ‘me cansé de vos, te vas a vivir con tu viejo’. Pero mi viejo vivía en otra casa y estuve un año entero viviendo solo con mi hermano de 16 en Moreno. Repetí, no quise seguir ahí y hablé con mi abuela que vivía en Ciudad Oculta, le dije que quería terminar la escuela y me fui con ella. Me metí en un centro comunitario donde se decía que tenían vacantes para pibes, era un programa del gobierno de la Ciudad que se llamaba Vuelta a la Escuela y escolarizaban a pibes de bajos recursos; como tenía un primo en la misma situación, fuimos los dos y a los dos nos dieron una vacante y nos dijeron que iba a arrancar un taller de fotografía y un montón de otras cosas, como todo centro comunitario que te trata de contener. Fuimos al de foto a ver qué onda y mi primo se quedó ahí toda la adolescencia, yo creo que me quedé tres meses, hice un par de rollos y me fui, porque era la única estructura que bancaba era la de mi cabeza.
Eso era plena crisis de 2001, ¿cierto?
Veía todo el quilombo de la crisis, el trueque, los saqueos, pero me fui del centro comunitario y de las clases de fotografía; recién volví cuando terminé la escuela porque quería ser artista. Me dieron rollos otra vez, hice, no sé, 10, y ahí tiré la foto del paraguas con la que flasheó Carlos Bosch. Así es como arranqué.
¿Cómo conociste a Bosch, reconocido fotógrafo y antropólogo?
Por error. Estaba trabajando en PH15 donde aprendí fotografía haciendo laboratorio y ese tipo de cosas. Ya era medio famosa la fundación, siempre nos hacían entrevistas y un tipo que se llamaba Carlos me escribió de Clarín. Como yo estaba un poco en contra de la manera de Clarín de encarar las noticias nunca más me respondió y un día se me dio por buscarlo. No me acordaba bien el nombre así que puse Carlos no sé qué y cuando vi una carita dibujada sobre una huella digital dije ‘este es’, lo agregué a mi Facebook y me olvidé. Carlos Bosch empezó a darle likes a mis fotos y cuando vio la de los nenes puso ‘lo tuyo es distinto’. Entonces lo busqué en Internet y como aparecía el teléfono lo llamé y le dije que estaba buscando aprender documental. Dijo ‘venite que los lunes doy un taller abierto’. Fui y ya había analizado todas mis fotografías. Me becó desde ese momento hasta el día que murió en 2020, me dijo ‘vos acá no pagás ni una pizza porque estás becado’.
Volviendo a la muestra, que surge de la represión en el Indoamericano, ¿cómo estás vos implicado en esos hechos?
Vivía con una chica en Parque Patricios, me separé en el momento de la toma y volví a vivir en la villa con mucha bronca y sensación de fracaso. Yo no podía ni mirarme y al mismo tiempo pasaba lo del Indoamericano con los medios re zarpados, villero de mierda era lo más suave que decían. Y cuando se levanta la toma del parque -una noticia nacional con muertos, represión, quilombo, Cristina-Macri, policía, todo- quedan unos predios tomados a 10 cuadras de Ciudad Oculta y todo el aparato mediático se desplaza y hace foco en una canchita ocupada por cuatro personas, como para seguir manteniendo activo ese fuego, seguir incendiando, incentivando el odio de clases. La situación que me envolvía era de bronca por la separación y por esto de ser villero y que trataran así a las clases más populares y pensé en usar la potencia de la bronca para hacer algo completamente distinto, que no sería noticia ni las fotos que ilustraran el titular; algo que me llevaría muchísimo tiempo, que nadie estaba haciendo y que en 10 años me haría el primer fotógrafo en haber trabajado la poética de las villas. Podía visualizarlo.
Fotos / Fuente: Télam