por Julieta Grosso
Ahora que crujen las narrativas históricas y se complejizan las nociones de raza o género, el Archivo General de Indias situado en la ciudad de Sevilla abre sus puertas por primera vez a una singular experiencia en la que el arte llega tanto para torcer la antigua relación de dominación entre España y América como para cuestionar la rigidez de los saberes, a través de la obra de siete artistas -entre ellos los argentinos Luis Felipe Noé y Adriana Bustos- que desde estéticas coloridas o multiformes interceptan la geometría monocroma del edificio que aloja más de 40.000 documentos sobre la historia de la colonización española.
Cinco siglos pasaron para que por fin sean los enviados del continente americano, colonizadores ya no de territorios remotos sino del color y la proporción, quienes sacudan con sus indagaciones uno de los centros documentales más importantes del mundo. Y no lo hacen en persona sino a través de una selección de obras que no fueron confeccionadas para este momento y este lugar, pero que por la potencia de sus lecturas se empoderan en la traza cuadrada del edifico sevillano para interpelar primero a sus vitrinas repletas de documentos y luego a sus visitantes.
En la curaduría propuesta por Diana Wechsler nada fue simple, desde la selección de artistas -surgidos a partir de la premisa de la curadora de «pensar con imágenes»- hasta el montaje de las obras, un tema que debió ser resuelto con astucia dado el sagrado valor patrimonial que reviste la construcción: los rígidos protocolos determinan que hasta un orificio en un muro con el objetivo de colgar un cuadro sea evaluado por un comité de restauradores como si se debatiera un delicado asunto de Estado.
Con ventanales regados por un torrente de luz que le da al espacio un efecto escenográfico, a veces tan intenso que las mediciones diarias con el luxómetro -el dispositivo que mide el caudal luminoso- llevan a cerrar los postigos para que no se alteren las condiciones de conservación, la sala ubicada en el primer piso fue la elegida para alojar las obras que dialogan con los documentos sobre la política expansionista que le permitió al reino de Castilla convertirse en una de las potencias hegemónicas a fines del siglo XV.
«Esta exposición busca desactivar las inercias de sentido instaladas en los relatos históricos y el las lógicas patrimoniales. Situar arte contemporáneo ‘como si formara parte del lugar’ en un sitio patrimonial como el Archivo General de Indias es justamente uno de esos gestos críticos que contribuyen a desactivar las lógicas instituidas y abren otras vías para volver a pensar la lógica colonial, los relatos históricos y las maneras en que se construyen los archivos, los lugares de los ‘documentos’ y aquellos de los ‘monumentos'», explica Wechsler.
La muestra permite desarmar viejas concepciones en torno a la inmanencia de los archivos. Hoy todo es maleable, cambiante: la inteligencia artificial quiebra cada vez más las fronteras entre la realidad y la ficción, al tiempo que avanzan procesos en los que se cuestiona lo instituido, desde las lógicas patriarcales hasta las miradas colonialistas. «Todo lo sólido se desvanece en el aire», diría Marx, una idea que en esta ocasión se materializa como un movimiento que avanza desjerarquizando los relatos que el poder -de los estados, de las instituciones- monta como irrefutables.
A la curadora de la iniciativa concretada por la Universidad de Tres de Febrero (Untref) le interesó también que el centro documental fundado hace más de 200 años para centralizar documentación hasta entonces dispersa sobre la relación entre España y los territorios de ultramar, funcionara como receptáculo de una paradoja: «Si hasta hace no mucho la idea de archivo suponía la posibilidad de fijar, a partir de los documentos almacenados, informaciones precisas que pudieran contribuir al control de un relato histórico, hoy esa noción de archivo aparece expandida con los recursos digitales y se hace a su vez más inestable, provisoria, volátil», explica Wechsler, directora artística de Bienalsur, la iniciativa que arrancó el mes pasado con una secuencia de seis inauguraciones en España.
La exposición que inauguró recientemente ofrece hasta el 25 de enero un conjunto de obras de seis artistas hispanoamericanos -Luis Felipe Noé, Iván Argote, Adriana Bustos, Claudia Casarino, Claudia Coca y Óscar Muñoz- y del español Rafael Canogar. Así se combina la cronografía que documenta el descubrimiento y colonización de los territorios americanos con las nuevas miradas que buscan deconstruir las narrativas tradicionales desde las que se leyeron las relaciones e intercambios con España.
El recorrido arranca con la potencia cromática de dos obras de la serie «La naturaleza y los mitos», con la que en 1975 Noé regresó a la pintura tras nueve años lejos de los bastidores. Eran los años donde se proclamaba «la muerte de la pintura» y el artista estuvo embebido de ese signo de los tiempos que instaba a abandonar los formatos tradicionales del arte para ir en busca de nuevas formas porque se creía que el cuadro había perdido su potencia interpelativa.
«Las dos obras elegidas para esta exposición no tienen ninguna relación con la conquista de América – aclara el artista argentino-. Pertenecen a una serie de quince cuadros que integraron la exposición que hice en 1975 en la Galería Carmen Waugh. Fue mi primera exposición después de nueve años de estar retirado de la pintura. Se llama así porque en ese momento, por un lado, estaba ‘descubriendo’ mi relación con el paisaje del Tigre, donde alquilaba una casa y, por el otro, había vuelto a dibujar consecuencia de una terapia psicoanalítica».
«Estos dibujos que comencé espontáneamente en las sesiones estaban cargados de mi propia mitología. Tanto es así que tuvieron dos consecuencias: mi regreso a la pintura y la escritura de un libro muy fantástico llamado ‘Recontrapoder’, que fue publicado en 1974», apunta.
Noé relata que en aquella muestra se encontraba otra serie que sí tiene relación con la conquista de América y que se denominó «Conquista y violación de la naturaleza». Y acota: «En 1992, hice una carpeta sobre este mismo tema, editada en Colombia, donde tomo como eje las cartas de Colón a los reyes sobre su primer viaje y otras a Santangel, financista de su proyecto, además de ser tesorero del rey. Esta carpeta lamentablemente no integró el conjunto enviado al Archivo de Indias».
«Los colores nunca vienen mal. Creo que por ello eligieron esos cuadros», dice el artista a propósito del contrapunto visual que se genera entra los tonos beige y amarronados de la sala y la vibrante paleta de sus obras. Y acota sobre la temática de los cuadros: «Uno de ellos es más ‘místico-subjetivo’ y el otro tiene una referencia a los asesinatos de la Triple A. Un padre le está llevando comida a su hijo que yace muerto con los ojos vendados a orillas del río».
Contigua a estas obras se emplaza el mural «Planisferio celeste. Constelación Venus», en el que Adriana Bustos reproduce en una figura ovoide de color azul el formato de los mapas antiguos que se usaban para identificar estrellas y constelaciones. Esta geometría está incrustada en un círculo de gran tamaño que agrupa rostros de mujeres de distintas regiones del mundo que han llevado adelanto desde grandes gestas a pequeñas rebeliones, entre ellas Juana Azurduy, Indira Gandhi, Micaela Bastidasla -prócer de la independencia de Perú-, Encarnación Ezcurra o la escritora Aurora Venturini.
La artista argentina presenta también una serie llamada «Híbrido», integrada por unas figuras moldeadas en barro que portan cuerpos de fantasía de animales con rostros humanos, una representación del imaginario que los colonizadores tejieron sobre el territorio latinoamericano: «Esta muestra pone de manifiesto una voluntad de una parte de la sociedad para revisar, repensar y reformular los hechos sucedidos durante el proceso de colonización. Proponer un otro relato de esta parte de nuestra historia significa también arrojar luz sobre siglos de encubrimiento de lo que fuera una auténtica masacre», explica Bustos desde Hong Kong, donde presenta algunas de sus obras.
«Real y simbólicamente hablando el Archivo de Indias es el lugar físico que acumula desde el principio de esta Historia los documentos que dan testimonio de los sucesos y deformaciones de la percepción propias de lo fue y sigue siendo la mirada eurocéntrica», indica. Para Bustos, «exhibir la serie de los bestiarios en el lugar en donde se encuentran las mismísimas crónicas de estos primeros viajeros advenidos a tierras americanas es de algún modo devolver una imagen especular. Así nos vieron y así creímos vernos pero ahora tenemos la posibilidad de mirar por detrás ese espejo y justamente los gestos de re-escrituras los que lo habilitan».
«Quiero aclarar que para mí es muy evidente que estos intentos de reparación histórica no son totales. Basta con mirar el contexto contemporáneo para saber que las fuerzas coloniales siguen operando con idéntica modalidad», alerta.
¿Se podría decir que al mismo tiempo que interpela al pasado la serie está dialogando con el presente? «La Historia y sus enunciados configuran modelos de sentido que van anclando nuestro presente por su efecto de verdad, pero a pesar de ello la Historia no es un discurso totalizador. Contiene en su estructura espacios vacíos, contradicciones, quimeras, lugares de ensoñación, territorios inconscientes y alucinaciones», destaca Bustos.
«Toda práctica artística que tome como materia a la historia supone el trabajo de cortar, unir y diseñar. Un poco el trabajo de una costurera. Algo similar a la costumización. Una manera gráfica de ‘historiografiar’ consiste en empalmar contexto con contexto y ellos con nosotros. El contextualizar implica nuestra presencia, nuestra mirada, nuestro desconcierto y nuestra confusa comprensión de la historia. La operación quizás provoque nuevos efectos de verdad, es decir, la posibilidad de pensar en múltiples historias», explica.
Resignificadas en este nuevo contexto, ¿las obras ahora expuestas alientan un espíritu dialoguista o toman la forma de una tensión entre perspectivas antagónicas? «Diría que ambas posiciones conviven: cambio de ideas», señala Noé. Para Bustos, en tanto, «dialogan desde el momento en el que están en el mismo espacio y porque además el arte dialoga siempre aun cuando ponga en tensión discursos tan opuestos como estos».