viernes, abril 19

GARDEL, DE CARO

 ENCUENTROS DE DOS GLORIAS DEL TANGO

   Por Juan Carlos Jara

Carlos Gardel y Julio De Caro, cuyas fechas de nacimiento constituyen el justiciero pretexto para que cada 11 de diciembre celebremos el Día Nacional del Tango, fueron dos de las principales figuras del género en toda su historia: como creador de las formas de interpretarlo vocalmente uno; como codificador de estilos anteriores y fundador de una nueva escuela musical el otro.

El hito Gardel separa la época de los payadores urbanos de la protagonizada por el cantor de tangos como tal.  Julio De Caro, por su parte, y con él una pléyade de jóvenes valores como su hermano Francisco, Pedro Maffia, Pedro Láurenz, Elvino Vardaro y muchos otros, marca el jalón que divide a la historia del tango en dos etapas claramente diferenciadas: la Guardia Vieja, de resonancias más simples y populares, y la Guardia Nueva, creadora de cánones musicales de mayor elaboración y refinamiento.

¿Se conocieron Gardel y De Caro, nacidos en 1890 y 1899, respectivamente?   Sí, se conocieron aunque no se trataron muy estrechamente dado que a partir de 1925 buena parte de la trayectoria profesional de Carlitos tuvo como marco el continente europeo.    El primer encuentro se produjo allá por 1917. Era la época en que Gardel había estrenado, durante sus actuaciones en el teatro Esmeralda (luego Maipo), las inaugurales estrofas de «Mi noche triste».

El cantor tenía 27 años. El músico sólo 18. Se explica así que don Julio se acercara al camarín de Gardel con la emoción y la humildad de un admirador más. Pero sus mentas de precoz violinista habían llegado a oídos del cantor, quien lo recibió con un «Decime criatura, ¿vos tocás con Arolas?». Y ante la respuesta afirmativa le autografió «su mejor foto» y se la entregó con un abrazo.

 Después de ese encuentro transcurrieron catorce años. En ese lapso Gardel ya era célebre «en ambos mundos» como «El Rey del Tango». De Caro, en cambio, cimentado su renombre únicamente en el ámbito nacional y sudamericano, había emprendido en 1931 su primera (y única) gira por Europa.   Por eso, ahora el escenario del encuentro iba a ser el lujoso Palais de la Mediterranèe de Niza, donde se aprestaba a debutar la orquesta de Julio De Caro, ante un público de personajes «vip» europeos, entre ellos Carlitos Chaplin.

Cuenta el propio De Caro en sus «Memorias» que, al salir a escena, su ansiedad era tan grande que sintió vacilar las piernas y debió hacer un supremo esfuerzo para mantenerse en pie. Fue entonces, en ese crucial instante, cuando a manera de salvador «deus ex machina», una voz en francés, partiendo de la multitud, se dejó oír requiriendo un minuto de atención: «Señoras y señores, he viajado ex profeso desde París a esta maravillosa Costa Azul, no esta vez para admirar su paisaje, sino para acompañar en su noche de debut a este compatriota mío, gran intérprete del tango argentino en su patria que, al igual que yo, les brindará lo mejor de su espíritu en la música».

Obviamente se trataba de Carlos Gardel, de pie frente a una  «kilométrica mesa, cuyos invitados serían unas cien personas, entre damas y caballeros, destacándose elegantísimo dentro de su impecable frac». Y concluye De Caro, con la emocionada minuciosidad de quien revive los mejores años de su juventud: «Nuestra labor debía durar media hora y prolongada a la fuerza otra media más, se cerró con un pedido de Charlie Chaplin, empeñadísimo en bailar `El Monito`, tango que tuvo que ser bisado infinitas veces».

 

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