martes, octubre 15

ENTRERRIANO REBELDE

Por Juan Carlos Jara

Puede parecer asombrosa, al menos para los no advertidos, la cantidad de personajes de actuación destacada durante las luchas civiles del siglo XIX que fueron silenciados y olvidados a designio -en vida y sobre todo en forma póstuma- por el solo hecho de haberse opuesto en su momento a la política separatista del general Mitre y sus prosélitos del partido Liberal.

Entre esos hombres se halla Francisco Felipe Fernández, uno de los principales dramaturgos, poetas y periodistas políticos de la época de la Confederación con sede en Paraná.

Nacido en esa ciudad entrerriana el 1º de mayo de 1842 alternó los libros con la carrera de las armas. Luego de participar en las batallas de Cepeda (1859) y Pavón (1861), lo encontramos en San José, desempeñándose en la secretaría privada de Urquiza. Al mismo tiempo, ejerce el periodismo junto a Olegario V. Andrade en El Pueblo Entrerriano de Gualeguaychú.

En 1864, conmovido por la tragedia de Paysandú e indignado por el reticente accionar urquicista, escribe una pieza teatral, «La Triple Alianza», hecha bajar de cartel por orden del propio Urquiza.

A partir de esos días aciagos de guerra civil (así llamó Alberdi a la guerra contra el Paraguay) la relación de Fernández con el claudicante caudillo entrerriano se va a ir agrietando sensiblemente. El rompimiento definitivo se produce en 1868. Ya para entonces, el joven militar y dramaturgo conspira junto a Ricardo López Jordán, de quien será leal adicto hasta su muerte, y enfrentado decididamente a Urquiza, funda el periódico Obrero Nacional, que va a preparar el levantamiento jordanista del 11 de abril de 1870.

Consumada la tragedia de San José y designado López Jordán gobernador provisorio de la provincia, Fernández pasa a desempeñarse como secretario privado del nuevo caudillo, al tiempo que toma las armas para repeler la invasión de las fuerzas enviadas desde Buenos Aires por el presidente Sarmiento.

Luego de la derrota jordanista de Ñaembé (enero de 1871) se exilia en Salto Oriental, donde escribe su pieza teatral «Solané», un drama gauchesco de temática afín al «Martín Fierro», considerado por Ricardo Rojas como el primer intento de llevar al gaucho «a la acción dramática y dialogada». Después vendrán «Monteagudo» y «El sol de mayo», otras dos de sus mejores piezas.

Frustrada la última insurrección jordanista de 1876, Fernández decide radicarse en Buenos Aires, a propuesta de su amigo Andrade. El presidente Avellaneda lo designa profesor sustituto de Historia en el Colegio Nacional de Buenos Aires y al año siguiente inspector de enseñanza secundaria.

La época de las montoneras federales toca a su fin y la estrella de Roca comienza a alzarse en el horizonte. Fernández lo comprende y, como Hernández, Carriego, Andrade y otros hombres del federalismo provinciano, se vincula políticamente al roquismo. Pero ya, como Fierro, lo único que busca es «que lo dejen trabajar».

Su muerte, acaecida el 22 de diciembre de 1922, se consignó -apunta Rojas- con «vagos sueltos necrológicos de algunos periódicos y el silencio de otros», los más.

Un año después, el mismo Rojas se lamentaba de que un hombre como Fernández que había servido a la patria en la enseñanza, las armas, las letras y la prensa hubiera vivido sus últimos años (en rigor, sus últimos cuarenta años) «sin que las gentes supieran nada del anciano escritor soterrado en el retiro de una pobreza anónima», y culpaba de esa marginación al «olvidadizo tumulto de esta moderna sociedad argentina».

Olvido reglado, preestablecido, podríamos agregar nosotros, en el que han sido sumidos tantos luchadores y creadores de nuestra cultura que como Francisco Felipe Fernández merecen, sin duda, la honrosa categoría de «malditos».

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