jueves, marzo 28

CANSADA DE LAS MUJERES VENCIDAS

por Juan Rapacioli

Cansada de las “mujeres vencidas” en la literatura, Angélica Gorodischer presenta “Las nenas”, un libro de cuentos donde las protagonistas son niñas que desafían las reglas de “nuestra sociedad `falogocéntrica`”, escapando de situaciones opresivas impuestas por la lógica masculina.
Gorodischer (Buenos Aires, 1928), una de las grandes escritoras argentinas, está considerada entre las voces más importantes de la ciencia ficción en nuestro país, género que abandonó para dedicarse a explorar otros terrenos y nunca dejar de “leer de todo, no solamente literatura”.
En su extensa obra narrativa, figuran las novelas “Opus dos”, “Kalpa Imperial”, “Jugo de Mango” y “La noche del inocente”, y los libros de relatos “Cuentos con soldados”, “Trafalgar” y “Menta”. La máxima figura femenina de la ciencia ficción anglosajona, Ursula K. Le Guin, realizó la traducción al inglés de su novela “Kalpa Imperial”.
La escritora de 87 años, que vive en Rosario y en su visita a Buenos Aires terminó de escribir otro libro, habló sobre el origen de este volumen de cuentos (Emecé) donde las niñas tienen un rol central: “Una nena también puede revelarse desde su lugar en la sociedad, que no es solamente obedecer a mamá”.
– ¿Cómo nació este libro?
– Fue naciendo de a poquito: estaba trabajando en una novela que me daba varios disgustos, cosa rara porque yo largo todo de una y después me meto con el trabajo verdadero del escritor: la reescritura y la corrección. Pero estaba harta de esta novela y me puse a escribir un cuento: el de la nena que trabaja en la cosecha. Lo terminé, no estaba mal. Pero cuando lo volví a leer me di cuenta que ya había escrito un cuento parecido. Lo busqué y encontré el punto en común: la protagonista es una nena.
Entonces junté algunos cuentos más y me dije ‘tengo un libro’, y cómo se iba a llamar el libro: “Las nenas”. No se me había ocurrido antes, pero me interesó una vez que estuvo hecho porque me di cuenta que estas nenas no eran unas boluditas que juegan con muñecas, sino que se dan cuenta que algo pasa aunque no sepan qué es.
La verdad es que estoy cansada de las mujeres vencidas en nuestra sociedad ‘falogocéntrica’, que terminan muertas, alcohólicas, suicidadas, quería cortar con eso literariamente hablando. Una nena también puede revelarse desde su lugar en la sociedad, que no es solamente obedecer a mamá.
– Si bien los temas de los cuentos son opresivos, algunos incluso siniestros, no falta el humor para retratar situaciones que llegan a ser desopilantes…
– El humor me sale solo, no lo salgo a buscar, es un anzuelo para atrapar lectores y otra cara de la realidad. De alguna manera termina de construir la parte siniestra, me parece una manera de enriquecer el texto. Cuando una escribe, tiene que estar lo más lejos posible del texto, en absoluta distancia y frialdad, a nadie le importa lo que yo siento o cuáles son mis ideas. Yo escribo las peripecias de los personajes que invento a medias porque también hay elementos de la realidad.
Hay otra cosa importante: la voz del personaje. Yo tuve un gran amigo poeta, murió hace unos años, que una vez tuvo que llevarlo a Borges a dar una conferencia. Mi amigo, que era muy joven, le preguntó a Borges si el personaje de “Funes el memorioso” le había dado mucho trabajo. Borges, que era más malo que una araña, se dio cuenta que el poeta era un muchacho ingenuo, buena persona, entonces lo trató como si fuera un colega y le dijo seriamente que el cuento le había dado mucho trabajo y que lo pudo terminar sólo cuando oyó hablar a Funes.
– Son cuentos que ofrecen a sus protagonistas la posibilidad de una salida que muchas veces no está en la realidad…
– A pesar de las cosas terribles que todavía pasan, me interesaba decir que no siempre estamos vencidas: se puede salir, siempre hay un resquicio en alguna parte, a veces no se puede ver, pero existe, existe en la misma persona que está en una situación espantosa, es el derecho a decir ‘no quiero’. Hasta en los momentos más tremendos puede haber un puerta de salida.
– ¿Cómo empezaste a relacionarte con la literatura?
– Supe siempre que iba a ser escritora. Nací entre libros, lo cual no quiere decir nada. Griselda Gambaro, la mejor escritora argentina, nació en una casa sin libros. Yo aprendí a leer de muy chiquita, no entendía un carajo porque agarraba los libros de sociologia y filosofia de mis padres, pero leer ya me hacía poderosa. A los 7 años supe que iba a dedicarme a escribir.
Aldous Huxley, que algo sabía del asunto, decía que una persona que quiere escribir tiene que leer todo, no solamente literatura, ciencia, física, química, botánica, filosofía, hasta matemáticas, yo, que veo dos números seguidos y me desmayo. De esa manera el panorama del lenguaje se te va haciendo cada vez más amplio.
– ¿Qué le decís a las nuevas generaciones que comienzan a escribir?
– Justamente el otro día estuvo en casa una amiga del barrio donde vivo. Vino a decirme que la nena de ella lee mucho y quiere escribir cuentos. Entonces me preguntó si le convenía mandarla a un taller. Puse el grito en el cielo y le dije que no. Que lea, que lea todo lo que pueda. No es que piense tan mal de los talleres, creo que son útiles en cierto sentido y en cierto momento, pero los únicos que pueden enseñarte a escribir son los grandes escritores.
“Me enorgullece lo que he escrito pero mucho más lo que leído”, dijo Borges, y tenía razón. Hace poco lo leía a Italo Calvino, “Por qué leer los clásicos”, un libro maravilloso. Claro que hay que leer a los clásicos, es mucho más importante que la televisión y las novelas histórico-románticas que se venden tanto, qué horror.

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