jueves, abril 18

BIENAL DE PERFOMANCE 2021

Por Marina Sepúlveda

Con una puesta que tendrá lugar en el Museo de Bellas Artes y otra en la plaza aledaña Rubén Darío arrancó este miércoles la cuarta edición de la Bienal de Performance (BP-21), que hasta el 16 de abril de 2022 ofrecerá una programación con más de 80 artistas que pondrán foco en el cuerpo y el regreso a la materialidad suspendida durante la pandemia, por lo que según una de sus organizadoras, Maricel Álvarez, «no sorprenderá a nadie descubrir en los pliegues de muchas de las propuestas, huellas de aquel trauma, de aquel tiempo en soledad, con miedo a la muerte o la enfermedad».

Con dirección general de Graciela Casabé, curaduría de Maricel Álvarez y dirección académica de Susana Tambutti, la BP.21 presenta 20 creaciones -la mayoría de estreno mundial-, una agenda académica anclado en la diversidad y la disidencia, y dos programas invitados como son «Impulso Cazadores» -curado por Mariana Obersztern- y el «Festival de Arte Queer -FAQ», con curaduría de Lisa Kerner y Violeta Uman.

«El objetivo de la bienal siempre fue producir obra» y que las miradas «se posen en las producciones locales», decía Casabé  a principios de octubre como previa del evento internacional que durante cinco meses tomará distintas sedes y se apropiará del espacio público para dar cuenta de las permeables fronteras del arte performático, un lenguaje que cruza las artes escénicas con la instalación, la música, la poesía y tantas otras disciplinas.

Arquitecta y gestora cultural, Casabé es impulsora de la Bienal de Performance desde la Fundación Babilonia, que desde el 2015 da espacio a un «arte vivo», como lo define Álvarez -encargada de la programación artística-, liminal, híbrido y participativo, a partir de la intervención de entre entre 80 y 100 artistas que le darán cuerpo a esta cuarta edición, más estival y más extendida en el tiempo que las anteriores.

Sin una sede específica, la edición se desparrama en distintas instituciones como el Malba, el Museo de Arte Moderno, el Museo Larreta, el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), las Fundaciones Proa y Cazadores, y el Centro Cultural Kirchner, entre otras.

La inauguración tendrá lugar este viernes a las 19 con la videoinstalación «Inflation» (inflación o acción de inflar), que el artista Diego Bianchi presentará en el Bellas Artes, algo que según Álvarez se relaciona con los artistas y los planteos más que con los espacios escogidos, y con un interés centrado en compartir dos lugares: uno adentro y otro afuera, para dar cuenta «de la riqueza y diversidad» de las propuestas con «recorridos y formatos heterogéneos».

«¿No es el cuerpo una esponja que absorbe y absorbe? Estamos sosteniendo todo, cada uno es parte de un cuerpo extendido, de una telaraña de conexiones. Un paquete afectivo, un conglomerado que incluye lo vivido, lo comido, lo gozado», se cuestiona Bianchi en su experiencia performática. La obra de 25 minutos se proyecta como reedición de una instalación de sitio específico exhibida en la Bienal de Liverpool 2021 y será presentada hasta el 26 de noviembre de 11 a 18 en el edificio del Museo, ubicado en Av. Del Libertador 1473 (CABA).

La segunda performance es «Toborochi», de y con el artista Jorge Crowe, el músico Javier Bustos y la bailarina y coreógrafa Leticia Mazur. Se trata de una acción sonora, física, visual y espacial, en la que los tres cuerpos mediados tecnológicamente deambulan, cual cyborgs, portando ensamblajes técnico-orgánicos, generando luz y sonido, y que a su vez, reaccionan a esos mismos estímulos provocando una interacción y transformación recíproca.

«La existencia de estas entidades se verá transmutada, como una invitación a trascender nuestra noción de especie, como una celebración a la confusión de sus fronteras», se explica sobre la obra de 30 minutos que con dos únicas presentaciones (mañana y el sábado) se ofrecerá a las 20.30 en la plaza Rubén Darío, aledaña al MNBA.

La elección del espacio público como escenario de la Bienal para varias de las producciones juega como lugar de lo imprevisto y propicio para «experiencias poéticas» corridas de lo establecido.

«Desde los años 60, con mayor o menor visibilidad, mayor o menor grado de marginalidad, mayor o menor tensión con las instituciones (museos, galerías, espacios de arte), la performance ha estado presente en el espacio público que tiene sus dinámicas propias, con sus cruces, desplazamientos y tensiones. Es el ámbito de lo imprevisible, del «accidente», y uno de los más propicios para experiencias poéticas que se corren de las normas establecidas por marcos más institucionales o canónicos», explica Álvarez.

En esta edición dos duplas de artistas, Juan Coulasso y Vico Roland, por un lado y Mariana Tirantte y Lisandro Rodríguez, son los encargados de plantear intervenciones en el espacio público con «trabajos articulados a partir del estudio y relevamiento de dos territorios específicos de la ciudad cruzados con materiales poéticos y políticos de su interés», anticipa la curadora.

También refiere que programar este tipo de acciones teniendo en cuenta los protocolos sanitarios representó todo un desafío y fue tema de debate, lo que provocó desde modificar aspectos de las propuestas hasta ser tomados como tema de la obra. A propósito de estas conceptualizaciones sobre la distancia de los cuerpos ante un eventual peligro de contagio, Álvarez señala el trabajo de Sofía Durrieu con «Arco reflejo».

Los ejes temáticos que atraviesan las performances se desprenden de una «decantación de ideas» producto de las conversaciones con artistas que interpelan a las organizadoras (y punto de partida de la programación), demorado varias veces por la pandemia. Lo novedoso o extraordinario de este año -dice Álvarez- fue la emergencia sanitaria y la consecuencia de vulnerabilidad e incertidumbre.

«No sorprenderá a nadie, descubrir de manera más o menos explícita, en los intersticios, en los pliegues de muchas de las propuestas, huellas de aquel trauma, de aquel tiempo en soledad, privados de lo social, con miedo a la muerte o la enfermedad, con incertidumbre respecto del futuro inmediato, sin palabras frente a tanto dolor», refiere.

Por otro lado, el deseo impulsa la tarea curatorial de Álvarez, que provoca cruces inesperados y propicia encuentros entre artistas que no se conocían, como es el caso actual de Jorge Crowe y Javier Bustos con Leticia Mazur, «o invitando a creadores de otras disciplinas a ´probarse´ por primera vez como el cineasta Mariano Llinás en esta oportunidad o la fotógrafa Nora Lezano la Bienal pasada».

Según la curadora, también se busca el «incentivar la experimentación y el corrimiento de ciertas zonas de confort de los artistas para crear obras que estimulen a los espectadores a formular preguntas necesarias para pensar los contextos particulares en los que vivimos».

Es que la performance explora territorios, contingencias, límites normativos e interroga desde la incomodidad, en tanto «arte vivo» donde los cuerpos de artistas y espectadores dialogan y existen, y se sostiene en una difícil conceptualización y larga genealogía.

«Históricamente la performance es una práctica artística que ha encarnado, como ninguna otra, la expresión del espíritu de su tiempo, que ha trabajado con la contingencia, con la urgencia; y que ha estado a la vanguardia de la vanguardia. Es el campo propicio para explorar nuevos territorios, para correr los límites que imponen las categorizaciones que tienden a normativizar las expresiones artísticas y en el cual se pueden formular preguntas incómodas, de manera de pensar críticamente nuestro tiempo y contexto», explica Álvarez.

Y arriesga una definición sobre el lugar donde se disuelven las fronteras de categorías y lenguajes: «Al tratarse de una práctica artística no canónica ni normativa, es una disciplina que busca transgredir los modelos prescritos para redefinirse y reinventarse permanentemente. Es demasiado heterogénea y mutante como para inscribirse en categorizaciones puras», sostiene. Y afirma a continuación: «Sí podemos decir que es una expresión que eminentemente órbita alrededor del cuerpo y que se nutre de un espectro amplio de lenguajes que va de las artes escénicas y visuales, a la música, el cine, la literatura y el diseño».

Como particularidad de la edición que cuenta con el aporte de distintas instituciones que financian su desarrollo, las actividades serán gratuitas y en su gran mayoría se desarrollarán en el espacio público y al aire libre.

La Bienal, concebida como un espacio de diálogo y reflexión, cuenta con un espacio académico que comenzará en diciembre, coordinado por la arquitecta, docente e investigadora Susana Tambutti . En ese marco tendrán lugar conferencias performáticas, entrevistas, un laboratorio, y un seminario, y como sede el Centro Cultural Paco Urondo de la Universidad de Buenos Aires.

El cierre de la Bienal será con el estreno de los dos proyectos seleccionados -que se conocerán en enero- de la primera convocatoria abierta que organiza desde su creación y con un jurado invitado constituido por Alejandra Aguado, Mercedes Halfon y Fernando Rubio.

Mientras tanto la programación nutrida y el modo de acceso para cada espacio que acoge las distintas obras, podrá consultarse en http://bienalbp.org/bp21/.

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