lunes, junio 16

A 70 AÑOS DE LOS BOMBARDEOS A PLAZA DE MAYO

Hace exactamente siete décadas, un episodio trágico y definitorio en la historia argentina tuvo lugar en el corazón mismo de Buenos Aires. El 16 de junio de 1955, un sector disidente de la Aviación Naval y de la Fuerza Aérea argentina protagonizó un levantamiento contra el gobierno constitucional del presidente Juan Domingo Perón, un hecho que dejó una profunda marca en la memoria colectiva del país y sirvió como preludio de años turbulentos.

El contexto en el que se gestó este trágico episodio es fundamental para comprender sus raíces. Un año antes, en un ambiente de crecientes tensiones políticas y sociales, el peronismo había consolidado su poder en las urnas, obteniendo más del 62% de los votos en la elección para vicepresidente, en un intento claro de enfrentar un frente opositor que incluía a la Iglesia católica, la Sociedad Rural y sectores significativos de las Fuerzas Armadas, especialmente la Marina. A pesar de una coyuntura económica complicada, el gobierno de Perón mantenía firmes medidas que favorecían a los trabajadores, quienes disfrutaban de una participación históricamente alta en el Producto Bruto Interno, cifra que alcanzaba el 53%, beneficiando a los asalariados pero generando descontento en la burguesía empresaria.

A nivel social y cultural, el enfrentamiento con la Iglesia católica se había agudizado: en 1954, la sanción de la ley de divorcio y la eliminación de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, junto con la convocatoria a una Convención Constituyente para declarar al Estado como laico, intensificaron la confrontación. Esta situación galvanizó a sectores conservadores y militares, que encontraron un impulso en la movilización masiva de unos 200 mil católicos en Plaza de Mayo durante la celebración de Corpus Christi en abril de 1955, una manifestación que alentó la conspiración contra el gobierno peronista.

El detonante directo fue un hecho simbólico: la quema de una bandera argentina durante aquella concentración, un acto nunca esclarecido que el gobierno decidió responder con una parada militar en la emblemática Plaza de Mayo, programada para el 16 de junio. Sin embargo, lo que debía ser un acto de desagravio patriótico se transformó en una odisea de violencia y muerte.

El jueves de aquel día fatídico amaneció nublado y frío, y mientras una multitud se congregaba para presenciar el desfile militar, el cielo se oscureció abruptamente a las 12:40. Cuarenta aviones de la Aviación Naval y de la Fuerza Aérea surcaron el espacio aéreo porteño y descargaron cerca de 14 toneladas de bombas sobre la plaza y la Casa Rosada, que lucían atestadas de gente. Los bombarderos llevaban pintada la insignia «Cristo Vence» en sus fuselajes, un símbolo que contrastaba dolorosamente con la magnitud de la tragedia que promovían.

Uno de los primeros impactos alcanzó un trolebús lleno de pasajeros, cobrándose vidas inocentes desde el primer minuto. Mientras tanto, el presidente Perón logró refugiarse en los subsuelos del edificio Libertador, asegurando su supervivencia en medio del caos. La Confederación General del Trabajo (CGT) respondió movilizando a sus afiliados hacia la plaza, en una muestra de apoyo y resistencia frente a los insurgentes que realizaron hasta cuatro oleadas de ataques aéreos durante esa jornada.

Al caer la tarde, a las 17:40, cesaron las hostilidades aéreas, y los rebeldes se vieron obligados a huir hacia Uruguay, donde el presidente Luis Batlle les ofreció asilo político. Paralelamente, las fuerzas del Ejército leales a Perón rodearon a los sublevados en el Ministerio de Marina, logrando su rendición y con ello el fracaso del golpe militar.

La dimensión humana de la masacre no puede subestimarse: más de 350 muertos y alrededor de 2.000 heridos civiles constituyeron el saldo trágico de aquella jornada sombría. Fue un derramamiento de sangre que inauguró un período de violencia política que marcaría el devenir del país y que, lamentablemente, quedó impune en muchos casos.

En la misma noche del ataque, Perón emitió un mensaje buscando la pacificación y ordenó la conformación de un consejo de guerra para juzgar a los responsables de la sublevación. Entre los acusados figuraba un joven teniente de navío, Eduardo Emilio Massera, quien posteriormente se convertiría en una figura destacada en la historia militar argentina.

Aunque el intento de derrocar a Perón el 16 de junio no tuvo éxito inmediato, debilitó la estabilidad del gobierno y contribuyó a una escalada de conflictos que desembocó en la Revolución Libertadora de septiembre de 1955, que finalmente sacó del poder al presidente. Este capítulo sangriento dejó una herida abierta en la sociedad argentina, reflejo de las profundas divisiones políticas y sociales que caracterizaron el país en la segunda mitad del siglo XX.

Hoy, a setenta años del bombardeo y la rebelión, es fundamental recordar y analizar aquellos hechos con una mirada histórica y crítica que permita entender la complejidad de un país marcado por luchas internas y la persistente búsqueda de la democracia y la justicia social. La Plaza de Mayo sigue siendo testigo de la memoria colectiva, un espacio donde el pasado resuena y llama a la reflexión.

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