martes, abril 23

«OTRAS FORMAS DE PENSAR ESTAR JUNTOS»

por Marina Sepúlveda

Situada desde una perspectiva filosófico-fenomenológica, Mariana Larison despliega y reflexiona el concepto de proximidad, de cercanía, y se pregunta por el motivo del «desgarro traumático» vivido durante la pandemia en su presentación «El cuerpo y la distancia: ¿qué cercanía?», en la nueva edición de la Noche de las Ideas cuyo eje temático es, precisamente, «Estar cerca, estar juntos».

Egresada de la Universidad de Buenos Aires y doctora en filosofía por la Universidad de la Sorbona, Larison participó hoy de esta quinta edición que explora la cultura francesa y sus resonancias locales y que confiere un sentido aglutinador a las distintas versiones del evento «mundial» que impulsa el Ministerio de Europa y Relaciones Exteriores de Francia en más de cien países.

Especializada en el campo de la fenomenología y estudiosa de la obra de Maurice Merleau-Ponty (Francia, 1908-1961), desenvuelve saberes, cuestiona y propone un acercamiento que difiere de conceptos dualistas que escinden la mente del cuerpo, propios de la modernidad.

La investigadora retoma la idea de cuerpo del filósofo francés acerca de la experiencia y el ser-en-el-mundo, del ser sintiente, perceptivo, sensible, visto como una totalidad dinámica.

Partiendo de las ideas de estar cerca, estar juntos y la traducción literal de «proches» como cercanos, y que refiere a «alguien o algo que está cerca, un objeto, un lugar, región o acontecimiento, un momento del tiempo o de mi historia», sugiere que «a la distancia espacial y temporal» mencionada «se le superpone otro sentido de cercanía», el de la «persona cercana, familiar, la persona amada, alguien de nuestro círculo personal», explica Larison.

Esta noción de «cercanía afectiva» (subjetiva, emocional, tal vez) es la que cobra relevancia, manifiesta la investigadora, dado el «contexto tan singular» de la pandemia.

«Este año parece haberse inmiscuido justamente, en el modo en que consideramos la cercanía y la distancia porque tuvimos que estar separados físicamente y vivimos el esfuerzo por estar cerca. Pero entonces surge una primera pregunta -puntualiza-: ¿estar lejos y estar separados es lo mismo, es posible estar lejos estando juntos o separados estando cerca?».

«Es que cercanía y separación no se contradicen entre sí -continúa- y estar lejos y estar juntos pueden constituir un mismo fenómeno, una misma situación».

Entonces se pregunta: «¿Por qué vivimos la separación como algo tan doloroso y extraño, como una pérdida?». Y prosigue: «Esta pregunta encierra una cuestión filosófica fundamental: ¿Cuál es la relación entre el cuerpo sensible, el cuerpo orgánico, la vida afectiva, la vida consciente y en general el mundo en el que se inscribe?».

Una pareja puede caminar una al lado de la otra y tener un mundo de distancia entre sí, no conocerse. Alguien puede estar separado geográficamente de sus amistades pero cerca desde lo afectivo. Una ciudad puede sentirse como cercana aunque esté a miles de kilómetros de donde se resida, y otra, a una corta distancia, puede percibirse como distante y ajena, ejemplifica.

Larison propone abordar la problemática desde la fenomenología: «Si intentamos describir y analizar estructuras de nuestra experiencia concreta, lo primero que podemos constatar es que la cercanía y la distancia son modos en que los objetos aparecen para nosotros». Esos «objetos percibidos», explica, son «objetos en un sentido general, personas, cosas, aquello que aparece como percibido» por nuestros sentidos.

«La sensibilidad se revela en la experiencia como una unidad vivida y una unidad al mismo tiempo siempre referida a otro sensible», destaca y completa la idea: «El objeto percibido aparece indefectiblemente situado en un punto del espacio y del tiempo, relativos a mi propia situación espacio-temporal» -y añade- «el sujeto de la percepción es siempre el punto cero de todo aparecer sensible».

Más adelante, expresa que si cercanía y distancia no son contradictorios, y tampoco la separación de los cuerpos con la cercanía afectiva, entonces, «¿por qué hemos vivido de manera tan desgarradora la experiencia concreta y corpórea de nuestra separación en este año tan extraño?». Y para comenzar a «esbozar» una respuesta, habla de «la necesidad de volver una y otra vez a este punto cero de referencia de lo cercano y lo lejano, que es nuestra propia vida de sensibles sintientes».

La fenomenología permite desplegar el significado de estar cerca de un cuerpo (sensible y sintiente), al «describir y analizar estructuras de nuestra experiencia concreta, lo primero que podemos constatar es que la cercanía y la distancia son modos en que los objetos (percibidos) aparecen para nosotros»; son «objetos en un sentido general, personas, cosas», dice.

A ello agrega que «en nuestra experiencia concreta, la profunda imbricación e imposible separación de su aspecto espacio-temporal y afectivo, perceptivo e imaginante, consciente e inconsciente, el hecho de su indestructible unidad».

La dimensión afectiva «no debe confundirnos», afirma. Es que, «si bien la afectividad no se reduce a los cuerpos en su situación meramente sensible, tampoco tiene sentido sin ellos. El cuerpo sintiente y sensible no es como la filosofía y en general la cultura ha tendido a verlo, una dimensión separable de nuestra experiencia total», explica y reafirma la idea de que cuerpo y experiencia van juntos.

«La percepción, ese modo en que el cuerpo se abre al mundo, no se comprende si separamos de manera abstracta nuestra sensibilidad en sus dimensiones corpóreo sensible por una parte y sintiente por otra». Y completa: «la sensibilidad se revela en la experiencia como una unidad vivida, y una unidad al mismo tiempo siempre referida a otro sensible».

En estos meses de separación, refiere, «no pudimos estar corporal y sensiblemente cerca, abrazarnos, tocarnos, escupirnos al hablar de tan cerca que estábamos» y esto subraya «hasta qué punto nuestro mundo contemporáneo está hecho de un contacto de los cuerpos y sus fluidos, frente a la tendencia a creerlo hecho de separación y circulación virtuales en dos dimensiones y desligados de la presencia corpórea». Y recalca que «la peligrosidad del virus que nos separó no tiene tanto que ver con su ferocidad como con su velocidad de contagio, que solo es la otra cara de lo que podríamos llamar nuestra intercorporeidad».

Sobre la experiencia durante la emergencia sanitaria también revela: «Lo traumático de la separación que sufrimos reside en el desgarro de esta estructura a la vez la más evidente y la más negada de las experiencias, la de nuestro ser corporales referidos a otros, situados en una espacialidad y corporalidad siempre en situación; la de nuestro organismo, la de nuestro cuerpo vivido a partir de los cuales otros modos de espacio-temporalidad pueden desarrollarse, pero cuya falta se revela insustituible», explica.

«La separación fue brutal, tal vez, porque nos obligó a experimentar eso que una y otra vez tendemos a olvidar; que la fragmentación del viviente humano de su cuerpo, de su cuerpo personal e interpersonal, cuerpo siempre sensible, es en efecto brutal. Las mujeres tenemos mucho que decir en este sentido. Nuestra historia está hecha de esta fragmentación y estos desgarros», afirma.

En ese sentido, Larison propone que «todas estas experiencias unificadas en la fragmentación del viviente corporal y sensible» ayuden a pensar «nuevas formas de vinculación, de cuidados de los cuerpos y de nuestros territorios, de nuestras comunidades humanas e inhumanas, en otras palabras, otras formas de pensar en estar juntos».

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