
El calendario del arte contemporáneo porteño y regional propicia encuentros que proponen una conversación que intenta pensarse a sí misma. En este contexto se inscribe el ciclo Desplazamientos, iniciativa curatorial del Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA) en articulación con Fundación Williams, Oficina de Proyectos, Museo Moderno, Central Affair y La Escuelita. La propuesta, que reúne curadores y curadoras de la escena internacional y local, tiene como horizonte explorar cómo el trabajo artístico imagina el futuro en relación con la ciencia, la tecnología, la identidad y los territorios. Y en ese cruce, la presencia de Lluís Nacenta aparece como oportunidad para abrir puertas poco transitadas.
Quién es Lluís Nacenta importa tanto como lo que propone. Investigador, curador y figura polifónica —matemático, músico, escritor y comunicador—, Nacenta encarna una tradición contemporánea en la que los saberes se entrecruzan: la curaduría como proyecto intelectual que no rehúye la rigurosidad teórica ni la experiencia sensorial; la música que dialoga con la matemática; la divulgación que se hace herramienta crítica. Su investigación curatorial titulada IA: Inteligencia Artificial (CCCB, 2023–2024) funciona como eje y como pretexto: una exposición que traza la historia, el funcionamiento, las posibilidades creativas y los retos éticos y legislativos de la inteligencia artificial se transforma en punto de partida para pensar el lugar del arte en una época en que las máquinas producen imágenes, textos, sonidos y, sobre todo, metáforas.
El viernes 22 de agosto a las 15h en el CCEBA, Nacenta desplegará un programa que combina seminario, clínica de obra, diálogo y conferencia pública. El formato es deliberadamente híbrido: por un lado, el seminario y la clínica funcionan como espacio de trabajo —intercambio técnico y crítico— dentro del programa Medialab; por otro, las charlas públicas intentarán establecer un puente con audiencias amplias. Esa doble estructura refleja la naturaleza de la propia cuestión: la IA no es sólo un objeto de estudio, sino una práctica que altera modos de hacer, producir y experimentar en el arte.
Una de las constataciones más estimulantes y menos divulgadas sobre la inteligencia artificial es su capacidad para modelar no sólo la dimensión referencial del lenguaje, sino también la dimensión metafórica. En términos simples: los modelos actuales no se limitan a reproducir o clasificar información; generan asociaciones, transformaciones estilísticas, ecos culturales que antes suponíamos exclusivos de lo humano. Esa facultad de “metáfora calculada” —producto de redes que aprenden a partir de inmensos corpus textuales y visuales— abre una zona de experimentación para artistas y pensadores. La pregunta que atraviesa los encuentros programados es doble: ¿Qué nos dice esto sobre la creatividad? ¿Y cómo se lee ese proceso cuando lo desplegamos desde estrategias artísticas?
El fenómeno no es unívoco ni homogéneo. En la generación de imágenes, por ejemplo, los sistemas parecen comprender y reproducir rasgos estilísticos, convenciones iconográficas y referentes culturales; en la síntesis sonora, capturan patrones tímbricos, estructuras rítmicas y transformaciones tímbricas. Pero comprender no es lo mismo que entender: detrás de la aparente “comprensión” hay correlaciones estadísticas que reproducen sesgos, simplificaciones y, a veces, errores que solo se detectan desde un análisis contextualizado. Aquí emerge el rol del arte: como laboratorio para tensar esas correlaciones, mostrar sus límites y proponer nuevas ecologías de significación.
El diálogo entre arte y ciencia que propone Desplazamientos no aspira a la mera hibridación técnica (más sensores, más algoritmos). Su intención es política y epistémica: descentrar la noción de autoría, cuestionar las jerarquías disciplinares y pensar en la experiencia estética como un terreno en el que se negocian valores sociales y económicos. Nacenta lo ha planteado con claridad en su itinerario: la exposición sobre IA en el CCCB no sólo explica cómo funcionan los modelos, sino que pone en tensión sus implicaciones regulatorias y éticas, y propone modos de exhibición que no enmascaran las decisiones técnicas ni las condiciones materiales de producción.
El jueves 21, en el marco de Medialab, Nacenta compartirá su experiencia personal como músico y matemático con Emiliano Causa —coordinador del programa— y trabajará con tres artistas regionales que exploran la intersección entre arte y tecnología. La clínica de obra funciona como un gesto pedagógico: en vez de impartir verdades, propone interrogantes, prueba hipótesis, desmonta y recompone. Para los artistas participantes es una ocasión para someter sus prácticas a la crítica técnica y conceptual, y para la audiencia, una oportunidad para ver el proceso de creación en vivo, con sus dudas y bifurcaciones.
En la charla prevista para el 22 de agosto, Nacenta dialogará con Jimena Ferreiro —curadora local y voz habitual en Desplazamientos— y con Florencia Levy, artista, directora del Centro de Arte y Ciencia y co-directora de la Licenciatura en Prácticas Artísticas Contemporáneas de la UNSAM. Ese trinomio articula distintas perspectivas: la mirada curatorial que trama discursos y contextos; la experiencia institucional que piensa formas de enseñanza y mediación; y la práctica artística que opera por ensayo y error, por indagación material. Juntos, plantearán preguntas que exceden el tecnicismo: ¿Cómo resignificar la creatividad cuando una máquina puede reproducir estilos? ¿Qué nuevas formas de autoría emergen? ¿Qué marcos regulatorios y legislativos necesitamos para preservar derechos y, a la vez, fomentar la innovación?
Esa disposición práctica es clave si se piensa en la IA no como una caja negra —misteriosa y potente—, sino como un conjunto de herramientas cuyas condiciones de producción (datos, arquitecturas, decisiones de diseño) condicionan los resultados. La clínica ofrece herramientas para leer esos procesos y para tomar decisiones estéticas informadas: elegir un corpus de entrenamiento, ajustar hiperparámetros, pensar la puesta en escena de una obra generada con algoritmos. Es una pedagogía de la transparencia técnica al servicio de la experimentación artística.
En el plano económico, la irrupción de la IA plantea desafíos regulatorios y de propiedad intelectual. ¿Quién posee los derechos de una imagen generada a partir de miles de obras previas? ¿Cómo se remunera a los creadores cuyas obras alimentan los grandes modelos? Estas preguntas atraviesan galerías, ferias y plataformas digitales: si los sistemas algorítmicos abaratan la producción visual. ¿Qué impacto tendrá eso en el mercado y en las condiciones de trabajo de artistas y técnicos? El debate no es abstracto: es urgente, porque la estructura del mercado cultural se está transformando ya, con efectos directos sobre carreras, audiencias y políticas públicas.
Un aspecto que Desplazamientos promueve es la atención al territorio: imagen, palabra y sonido no circulan de manera uniforme. Los corpus que alimentan las IAs están sesgados hacia lenguajes, estéticas y narrativas predominantes. Resultado: Las “metáforas calculadas” reproducen mapas culturales desiguales. En América Latina, por ejemplo, la riqueza simbólica y las tradiciones locales pueden quedar marginadas si no ocupan un lugar activo en los conjuntos de datos. Por eso, el trabajo curatorial y artístico no puede limitarse a usar herramientas: debe pensar en estrategias de inclusión de voces locales, en la preservación de saberes y en la producción de contracorpus que reequilibren la balanza.
El programa del CCEBA y sus socios también funciona como plataforma para pensar estas asimetrías: traer un investigador europeo de la talla de Nacenta permite comparar trayectorias, pero la presencia de curadores y artistas locales —Ferreiro, Levy y quienes participen en las clínicas— garantiza que la conversación no sea una mera transferencia de modelos, sino un diálogo situado. La cuestión es cómo traducir conocimientos y prácticas sin perder las especificidades de cada contexto.
Las actividades —seminarios, clínicas, charlas públicas— que confluirán en estas fechas pueden leerse como una apuesta por la alfabetización crítica en torno a la IA. No se trata de tecnofobia ni de tecnofilia acrítica, sino de construir herramientas para evaluar riesgos (sesgos, precarización laboral, opacidad) y para explorar oportunidades (nuevas poéticas, formas de coautoría, modelos de mediación participativa). La experiencia estética, en este cruce, puede funcionar como laboratorio social: nos obliga a experimentar la convivencia con artefactos que replantean lo humano y lo técnico.
La pregunta de fondo es política: ¿Quién decide cómo se integran estas tecnologías a la vida cultural? Instituciones, curadores, artistas, legisladores y audiencias comparten responsabilidad. Las jornadas que organiza Desplazamientos y los espacios abiertos por Nacenta permiten precisamente eso: desplazar posiciones, poner en diálogo saberes dispares y proponer marcos colectivos para pensar la regulación y la ética.
Si la inteligencia artificial es hoy un “cálculo de metáforas”, como sugiere el eje del encuentro, entonces los artistas, curadores y públicos están convocados a intervenir ese cálculo: a enriquecer los corpus, a proponer metáforas disonantes, a resguardar la pluralidad cultural y a exigir marcos normativos que no sacrifiquen derechos en aras de la eficiencia. Las ciudades que recibirán a Nacenta y su equipo tendrán, por unos días, un laboratorio público para ensayar esas prácticas. En el mejor de los casos, las conversaciones que se enciendan en esos auditorios y talleres no se apagarán con el cierre de una exposición: persistirán como preguntas activas en la política cultural de la región.