jueves, abril 18

GABRIEL MICHI: EL PERIODISTA QUE SALVÓ SU VIDA MILAGROSAMENTE EL DÍA QUE ASESINARON A JOSÉ LUIS CABEZAS

por Gabriel Esteban González

El compañero de José Luis Cabezas en Pinamar, Gabriel Michi, recuerda la última noche juntos, reconstruye cómo fue el asesinato, revela los miedos que lo persiguieron durante años, cómo colaboró en la búsqueda de justicia, qué pasó con cada uno de los condenados y qué fue de la vida de los hijos del fotógrafo que ahora viven en España: «En noviembre, nació Riu, el primer nieto de José Luis».

«Si hay una palabra para definir lo que pasó es Impunidad», afirma Michi (53 años, periodista de C5N, padre de tres hijos), a un cuarto de siglo de la muerte de su compañero y amigo Cabezas, quien hoy tendría 60 años.

«Impunidad de Alfredo Yabrán y de la Policía Bonaerense que sentía el poder de operar en la Costa cometiendo cualquier tipo de delito -enfatiza-. Sí, impunidad es la explicación ante tanta barbarie; pensaron que nunca se iba a llegar a los responsables gracias a la cadena de encubrimiento organizada antes del crimen. Esa impunidad también es la explicación ante los errores que cometieron y las huellas que dejaron los asesinos».

Gabriel, después de años de investigación de la muerte de Cabezas todo indica que si hubieras estado con él aquella fatídica madrugada del 25 de enero de 1997, también habrías corrido su misma suerte.

Sí, muchas veces lo pensé y todavía pienso. Cuando detuvieron a Gustavo Prellezo, quien había sido el segundo en jefe de la comisaría de Pinamar hasta uno meses antes y que fue el disparó dos veces contra José Luis, declaró en el juzgado de Dolores «se nos fue la mano». ¿Y qué pasaba si lo encontraban a Cabezas con Michi?, le insistieron. «Los hacíamos boleta a los dos», no dudó. Yo me salvé de milagro porque el policía Prellezo dijo que si yo hubiera estado con José Luis también habría sido «boleta». Como cumplía años el domingo 26, habían venido a Pinamar unos amigos y le dije a José Luis que me iba a ir antes de la fiesta del empresario Oscar Andreani, un clásico de la temporada en la que nos encontrábamos todos los colegas que hacíamos temporada. José Luis se quedó y le dejé el auto -el Ford Fiesta- y Carlos Alfano, el fotógrafo de Para Mi, me acercó hasta mi hotel. Sí, el haberme ido por mi cumpleaños es lo que me salvó la vida porque luego se supo que el operativo tenía previsto acabar con todo el que se le cruzara.

¿Quién fue el ideólogo del ataque?

No tengo dudas de que Yabrán dio la orden, que fue el autor intelectual. A él le molestaba nuestro trabajo, les molestaba que esa foto que José le había hecho en el verano anterior. Durante todo el 96, Cabezas recibió amenazas en su casa. Además, un mes antes del crimen, está comprobado que Yabrán se reunió en sus oficinas con Gustavo Prellezo, el policía que asesinó a José Luis. ¿Por qué un empresario con una fortuna de 4 mil millones de dólares recibía a un policía de poca monta? Yabrán le dijo que quería pasar un verano tranquilo sin la molestia de periodistas y fotógrafos. Y le pidió a Gregorio Ríos, su jefe de custodia, que coordine ese operativo con Prellezo. Entonces sucedió algo de típico policía bonaerense corrupto: para quedarse con más plata, en lugar de contratar profesionales, Prellezo llevó a «Los Horneros» -Sergio González, José Luis Auge, Horacio Braga y Héctor Retana-, que a la postre fueron el eslabón débil de esta historia y que se terminó cortando.

¿Cómo te enteraste de la muerte de José Luis?

En realidad, más que enterarme como que la tuve que descubrir. Al despedimos en la fiesta de Andreani, quedamos que al otro día, el 25 a las 2 de la tarde, me pasara a buscar para ir a una nota. El era muy puntual y no apareció. Llamé a la casa me atendió la suegra, me dijo que José Luis no estaba. «Por favor dígale que me llamé al celular», le pedí ya que él no tenía celular, sólo un radiomensaje. Yo estaba con mis amigos que habían venido por mi cumpleaños y me llevaron a la casa de José Luis. Allí la suegra me explicó que él no había vuelto desde que había salido, al atardecer, a la fiesta de Andreani. Preocupado, empecé a llamar a colegas de otros medios y Eduardo Lerke, fotógrafo de Caras, me contó que lo vio salir de la fiesta poco después de las 5. Luego llamé al hotel donde teníamos una oficina, y nada. Les pedí a mis amigos que me llevaran al hospital y en el camino, pasamos frente a la comisaría y vi que estaba el comisario Alberto Gómez -quien también sería condenado a reclusión perpetua por haber «liberado» la zona para que actuaran los asesinos- y bajé a preguntarle. «Soy Gabriel Michi, de Noticias, comisario, ¿se acuerda de mí? Desde ayer no sabemos nada de mi compañero, el fotógrafo José Luis Cabezas», le expresé. Me respondió que no sabía nada hasta que alguien le dio una información. Entonces Gómez me preguntó. «¿En qué auto se movía» y le contesté que en un Ford Fiesta blanco. «Humm, esperá… Me parece que tengo una mala noticia para darte», dijo con frialdad.

Entró al despacho, lo seguí y por handy habló con los policías que estaban en la cava. «Me parece que tenemos identificada a víctima. Se trataría de José Luis Cabezas, el fotógrafo de Noticias». Desesperado, le grité: «¿¡De qué víctima habla, Gómez!». Y me respondió: «Apareció una persona muerta en un campo acá en General Madariaga. El cuerpo está totalmente calcinado… «

¿Y qué sucedió después?

Me llevaron a la cava y mis amigos nos seguían en su auto. Llegamos estaba el cintado policial a unos metros y les pregunté si habían encontrado una cámara fotográfica. Me respondieron que no, pero sí los restos de unos rollos, una bota, un reloj, las esposas -ahí me enteré que lo habían esposado- y un manojo de llaves. Comparé la mía de la oficina con una de ellas, y era igual…

Les dije una forma de confirmar si era José Luis. Nuestro auto tenía un golpe en el guardabarros delantero derecho. Entonces me pidieron que bajara a la cava para ver el auto y me topé con una imagen que jamás voy a olvidar: todavía estaba en el interior lo que quedaba de José Luis, medio atravesado, saliendo por la puerta del lado del acompañante. Y también vi el guardabarros derecho abollado… Luego me llevaron hasta la oficina de la revista en el Hotel Victoria para verificar si la llave encontrada abría la puerta. Y la abrió. Fue ahí cuando me cayó la ficha de que José Luis había muerto. Como te había expresado nadie vino a decirme qué había pasado, simplemente lo tuve que descubrir.

Hablando con sobrevivientes de Cromañón me contaron que durante un largo tiempo no pudieron dormir de noche, que sólo lo hacían al amanecer, y la explicación de los psicoanalistas fue que al intentar salir del boliche, oscuro y lleno de humo, la luz del exterior significaba la vida. ¿En tu caso, Gabriel, cuándo volviste a ver la luz?

A mí me pasó algo parecido, muy símbolo. El día que comenzó el juicio a los asesinos de José Luis, el 14 de diciembre del 1999, nacieron mis hijos mayores, Tomás y Rocío. Recuerdo que seguí la transmisión en vivo desde el sanatorio… Fue como que después de tanta muerte, tanto dolor y tanta oscuridad, alumbraba la justicia.

Durante muchas noches las pesadillas no me dejaban dormir, se me aparecía esa última imagen de José Luis, un tema que obviamente hablé mucho en terapia. Además, sufrí muchas amenazas telefónicas, balas que dejaban en la puerta de mi casa, presiones que me llevaron a irme del país, a un lugar medio perdido de Brasil. Pero al quinto día empecé a vomitar, de la nada, y le dije a quien era mi pareja entonces: «Yo no tengo nada que hacer acá, debo estar en Argentina, dando pelea. Y volví para estar al frente de las marchas, investigando, colaborando con la justicia.

Como fue un juicio relativamente rápido, con condenas ejemplares -por desgracia después llegarían las vergonzosas reducciones de las penas- en ese momento sentí que al menos los culpables pagarían por lo que hicieron.

Condenas ejemplares pero lamentablemente desde hace unos años, ninguno está en prisión pese a que recibieron prisión y reclusión perpetua.

Todos los civiles (Gregorio Ríos y los 4 «horneros», González, Retana, Auge y Braga) recibieron prisión perpetua; Prellezo, Aníbal Luna y Sergio Camaratta -estos últimos participaron haciendo «inteligencia-, reclusión perpetua por el agravante de ser policías, lo mismo que el comisario Gómez, quien «liberó» la zona. Por distintas apelaciones a Casación y la aplicación del 2 x 1, uno a uno fueron saliendo en libertad.

¿Y qué pasó con cada uno de los involucrados en la muerte de Cabezas?

Alfredo Yabrán, el autor intelectual del crimen, se suicidó el 20 de mayo de 1998 escapando de la justicia. No tengo dudas del suicidio; casi 70 personas vieron el cuerpo, yo tuve en mis manos las fotos del expediente y los estudios de ADN. El sintió que le habían soltado la mano, que iba a ir preso a una cárcel común y que tal como escribió en la carta que dejó, «no me van a llevar esposados delante de los ojos de mis hijos».

Gregorio Ríos, el jefe de seguridad de Yabrán, administra unos campos cerca de Curuzú Cuatiá, Corrientes. Terminó peleado con la familia Yabrán porque se sintió abandonado al salir de prisión, argumentando que le habían prometido trabajo y no cumplieron.

Gustavo Prellezo, el autor material de la muerte de José Luis está viviendo en Los Hornos. En prisión estudió Derecho y se recibió de abogado y escribano. El Colegio Público de Abogados de la provincia de Buenos Aires le negó la matrícula y no puede ejercer hasta que tenga la sentencia cumplida -había salido por «buena conducta»- que se cumple a fines del 2022. Se separó de la exoficial Silvia Belawsky, quien en el juicio admitió que fue Yabrán el que dio la orden del asesinato. Se volvió a casar, tuvo otra hija y trabaja en el estudio de uno de sus abogados defensores, en La Plata.

Aníbal Luna vive en General Madariaga. Tuvo un régimen de libertad condicional muy laxo, tres días en la cárcel y tres en su casa. Al salir se dedicó a la albañilería y quiso ser entrenador de un equipo de fútbol infantil; al conocerse quién era, en el club lo declararon persona no grata y lo expulsaron.

Sergio Camaratta también gozó de un régimen de salidas. Hace cuatro años murió por un cáncer.

En cuanto a los «Horneros», Héctor Retana murió de sida en una cárcel platense.

José Luis Auge, que era el vínculo entre Prellezo y los «horneros», está en libertad y lo último que supe es que changueaba en un lavadero de autos.

Horacio Braga también estudió en la cárcel y se recibió de abogado. Está trabajando en un estudio de La Plata junto a uno de los abogados que lo representó en el juicio.

Sergio González salió en libertad pero fue detenido de nuevo primero por violar las condiciones de la libertad condicional y después por formar parte de una organización que tenía un laboratorio clandestino de metanfetaminas.

Finalmente, el comisario Alberto «la Liebre» Gómez está viviendo en Valeria del Mar y trata de pasar inadvertido.

Vos investigaste como pocos a Alfredo Yabrán. ¿Era una persona muy obsesionada con la seguridad?

Sí, en el verano que mataron a José Luis se comprobó que al menos había 10 custodios en Pinamar. Durante el año, el equipo a cargo de Gregorio Ríos estaba compuesto por 35 tipos que tenían como misión custodiar a toda la familia y sus propiedades.

¿A qué le tenía tanto miedo un tipo tan poderoso como él?

Por un lado tenía enemigos tanto o más poderosos que él. Pero hubo un hecho que lo marcó, el secuestro de Guillermo Ibáñez, el hijo de su gran amigo, el sindicalista Diego Ibáñez. Fue en Mar del Plata, en 1991. Ibáñez fue quien le abrió a Yabrán las puertas del poder político y eclesiástico.

Los captores pidieron dos millones de dólares de rescate, cifra que Yabrán puso a disposición de su amigo. Por desgracia, las negociaciones trascendieron a la prensa y los secuestradores, asustados, mataron a Guillermo. Diego Ibáñez culpó a la prensa y eso marcó mucho a Yabrán. Uno de los hombres de mayor confianza de Ibáñez, Coco Mouriño, fue contratado para ser pieza clave en la seguridad de Yabrán.

Para sus empresas, se había formado una organización integrada por ex miembros de las Fuerzas Armadas -muchos de ellos expulsados de la fuerza por problemas psiquiátricos. Una estructura de más de 600 efectivos al mando de exrepresores de la dictadura, como Víctor Hugo Dante Dinamarca, siniestro que fue Jefe de Servicio Penitenciario. En la cúpula también estaban Adolfo Donda Tigel y Jorge «el Tigre» Acosta, todos mano de obra desocupada con pasado en la Esma. La empresa madre se llamaba Bridees y se decía que era por Brigada de la Esma, una fuerza armada paralela.

Ya dijimos qué sucedió con los asesinos. ¿Y qué pasó con las víctimas, es decir, la familia de Cabezas?

Como siempre dice Gladys, la hermana de José Luis que siempre estuvo al frente de los pedidos de justicia, sus padres murieron de tristeza. En el 2010, José, y en el 2017, Norma, la mamá.

Cristina. su mujer, y Candela, que hoy tiene 25 años, se fueron a vivir a España, al igual que los otros dos hijos del primer matrimonio de José Luis, Juan (29) y Agustina (32). Justamente, cuatro días antes de que Cabezas hubiera cumplido 60 años (el 28 de noviembre), nació Riu, el primer nieto e hijo de Agustina. Yo sigo cercano a la familia, y una de las cosas que más me duele es ver el crecimiento de sus hijos -y ahora de su nieto- sin José Luis.

Yo banqué mucho la decisión de Cristina de ir a vivir a España, fue una decisión sabia. Ella tenía que criar una nena que tenía 5 meses cuando murió su papá. Lo conoció por las revistas, por la televisión. Recuerdo que tendría dos o tres años y cuando le preguntaban cómo se llamaba, respondía: Candela Cabezas Presente, como si tuviera dos apellidos.

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