
Cada 8 de septiembre el mundo vuelve la vista hacia un cimiento indispensable de la vida en sociedad: la alfabetización. Proclamado por la UNESCO, el Día Internacional de la Alfabetización no es solo una fecha conmemorativa. Es un llamado a evaluar avances, advertir rezagos y renovar compromisos para que escribir y leer —más que habilidades técnicas— se reconozcan y se practiquen como derechos que habilitan la plena ciudadanía.
En la Ciudad de Buenos Aires, el Consejo de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes toma la jornada como oportunidad de sensibilización y acción. Desde su perspectiva, la alfabetización es la llave que abre otras puertas: inclusión social, acceso a la información, participación democrática y la posibilidad de construir proyectos de vida. Leer y escribir permiten a las chicas y chicos informarse, opinar, denunciar vulneraciones y tomar decisiones; les otorgan herramientas para salir de la exclusión y para imaginar su futuro con autonomía.
A pesar de los progresos, la realidad exhibe brechas persistentes. Las desigualdades socioeconómicas, la dispersión de recursos en distintos barrios, las limitaciones de infraestructura y la heterogeneidad en la calidad educativa generan condiciones desiguales de aprendizaje. En muchas familias, la escasez de materiales, la necesidad de que los mayores trabajen o la falta de espacios tranquilos para estudiar agravan la situación. Estas condiciones muestran que la alfabetización no depende únicamente de políticas educativas formales, sino de una red de apoyos que incluye salud, vivienda, cultura y trabajo social.
Frente a esos desafíos, el Consejo porteño promueve acciones concretas: campañas de promoción de la lectura, asesoramiento a familias sobre cómo acompañar los procesos alfabetizadores, formación y orientación para instituciones educativas y comunitarias, y dispositivos de detección temprana de dificultades. Su rol, enfatizan sus voceros, es el de garante de derechos: monitorear, acompañar y exigir políticas públicas que aseguren que todas las niñas, niños y adolescentes puedan aprender en condiciones de equidad.
La experiencia cotidiana de docentes, preceptores y familias confirma que la alfabetización es un proceso complejo y gradual, influido por factores emocionales y sociales. El acceso a la lectura desde la primera infancia —a través de cuentos, canciones y juegos— favorece el desarrollo del lenguaje y la curiosidad. Por otro lado, la interrupción de trayectorias escolares o la falta de estímulos culturales limitan las oportunidades. Por eso, las intervenciones deben ser integrales: material bibliográfico en escuelas y bibliotecas populares, formación docente continua, y programas de apoyo domiciliario cuando la escuela por sí sola no alcanza.
El Día Internacional de la Alfabetización es, entonces, una fecha para celebrar los logros y para mirar con rigor lo que falta. Celebrar que más niños y jóvenes puedan leer textos que los representen y abrirse al conocimiento, y al mismo tiempo exigir políticas sostenidas que cierren las brechas. Reafirmar la idea de que la alfabetización es un derecho implica también reconocer la urgencia de recursos públicos adecuados, de planificación territorial de la oferta educativa y de la cooperación entre el Estado, las organizaciones sociales y las familias.
En una ciudad dinámica y desigual como Buenos Aires, garantizar que leer y escribir sean prácticas accesibles a todas las infancias es una tarea cotidiana. El Consejo de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes subraya la necesidad de sostener políticas activas: no alcanza con proclamas o celebraciones; la alfabetización exige continuidad, inversión y la convicción colectiva de que cada niña y cada niño tiene derecho a las palabras que le permitan ocupar un lugar pleno en la vida democrática.