
Este miércoles las puertas del Centro Cultural Recoleta se abren para recibir las cinco nuevas muestras. A las seis de la tarde, este espacio se convertirá en un umbral colectivo donde distintas historias hablan de cómo mirar el presente desde materiales, figuras y recuerdos.
La inauguración reúne cinco muestras que, de modos dispares, trazan una cartografía de afectos y tensiones. En la Sala Histórica, la conmemoración del centenario de Carlos Gorriarena ofrece piezas que condensan su mirada crítica: Vidriera (2000) e Irisada luz del atardecer (1977) vuelven a poner en escena a un creador para quien la pintura fue cruce de denuncia y humor, punzante frente al consumo y las falsedades del poder. Hay en estas obras una voz que aún interpela: reclamos de justicia y la burla como arma estética.

A pocos pasos, en las salas 2 y 3, se dispone el universo íntimo y desordenado de Carlos Busqued. Curada por Juan Maisonnave, la muestra ensambla aeromodelos, cuadernos, cómics, libros subrayados, una mandíbula animal y hasta remeras con leyendas: restos y hallazgos que funcionan como loza madre del pensamiento de un escritor cuya obra —escasa en cantidad y vasta en efecto— conmueve por su dureza y su singular despliegue. La colección no pretende exhibir un canon, sino reconstruir el taller fragmentario donde nacieron las obsesiones de su narrativa.

En la Sala 5, Juan José Souto presenta KIKIN, una instalación pensada para la Recoleta: esculturas-dispositivo que investigan la relación entre luz y materia. Cada pieza opera como un pequeño laboratorio sensorial, donde la iluminación deja de ser mero recurso para convertirse en herramienta de conocimiento. El visitante avanza entre brillos y sombras que revelan texturas y densidades antes imperceptibles.

Valentín Asprella Lozano, en la Sala 6, propone con Antes del fulgor una experiencia escultórica y una particular instalación que desdibuja la línea entre lo natural y lo sintético. Organismos híbridos —entre lo orgánico y lo tecnológico— se despliegan como metáforas de procesos de regeneración y transformación. La muestra, curada por Carla Barbero, invita a recorrer un paisaje donde lo vivo y lo fabricado tejen una misma trama, convocando a la reflexión sobre nuestras relaciones con los ciclos vitales.

Finalmente, Rocambole y El Jardín de los Fantasmas ocupa las salas 13 y 14 con piezas que repasan la trayectoria del artista gráfico y visual. Allí conviven obras originales vinculadas a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota —a 40 años del primer disco Gulp!— con pinturas y acuarelas de distintos momentos. La curaduría de Natalia Famucchi arma un relato documental y sensible sobre un creador que supo conjugar la estética pop con una poética urbana y popular.
La inauguración es un cruce de temporalidades: homenaje y novedad, archivo y experimentación. Reúne a maestros y a emergentes seleccionados por la convocatoria CCR 2025, y traza un panorama plural de búsquedas formales y temáticas. Se intercambian claves, anécdotas, precisiones que ayudan a leer las exposiciones sin encerrarlas en el elogio.
