martes, octubre 28

CAFÉ Y TEATRO DE LA COMEDIA

En los albores del siglo XIX, Buenos Aires vivió un acontecimiento cultural de gran relevancia con la inauguración del Café de la Comedia en 1804, ubicado frente a la iglesia de La Merced, en la esquina de lo que hoy conocemos como Reconquista y Perón. Este establecimiento, construido mayormente en madera, no solo ofrecía una novedad gastronómica —incluyendo un servicio de envío a domicilio poco común para la época—, sino que también se convirtió en un punto neurálgico para la vida social y artística de la ciudad. Su propietario, Raymond Aignasse, un próspero comerciante francés, supo combinar la buena cocina con un lugar de encuentro para amantes del teatro y la cultura.

El Café de la Comedia estaba íntimamente ligado al “Coliseo Provisional de Buenos Aires”, también llamado “Teatro de la Comedia”, que Aignasse construyó en el mismo solar donde anteriormente existió el “Teatro de la Ranchería”. Este teatro fue por largo tiempo la única sala teatral en la ciudad y es conocido como precursor del Teatro Argentino. De hecho, desde el teatro se accedía directamente al Salón de Billares del café, lo que evidencia la sinergia cultural y social del lugar.

La proximidad del café y el teatro a la iglesia de La Merced generó ciertas tensiones, pues no era común —ni bien visto— erigir una casa de comedias junto a un templo religioso. Sin embargo, a pesar de estas diferencias, no se registraron mayores conflictos, ni siquiera actos extremos contra el café por parte del clero.

Este teatro provisional, que posteriormente cambiaría de nombre a Coliseo Argentino y finalmente a Teatro Argentino, quedó anclado en la memoria colectiva por un episodio histórico relevante: la invasión británica de 1806. El 24 de junio de ese año, el virrey Marqués Don Rafael de Sobremonte se dirigía con su comitiva al Teatro Provisional de Comedias para asistir al estreno sudamericano de la obra “El sí de las niñas” de Moratín, un evento de gala que pretendía mostrar la cultura europea en la colonia. La iluminación con lámparas de aceite entre las filas de palcos permitió una luminosidad tal que desde el patio se leía la frase pintada sobre el telón: “Es la comedia espejo de la vida”. La función inició con una marcha interpretada por una orquesta de ocho mulatos para saludar al representante de la corona, en un auditorio repleto de aristócratas españoles y criollos. Sin embargo, en medio del brillo y la pompa, don Rafael Sobremonte parecía ajeno a las crecientes alertas y rumores sobre la invasión británica inminente.

Este contraste entre el esplendor cultural y la situación política convulsa marca este episodio como uno de los más emblemáticos y penosos de la historia porteña. El abandono del puesto por parte del Virrey y la posterior recuperación de Buenos Aires por las fuerzas de Santiago de Liniers, quien sería el gran héroe de la reconquista, quedan ligados simbólicamente a ese teatro y café, testigos mudos de aquella época.

Cabe destacar que, aunque en el momento de la inauguración del Teatro Provisional en 1804 las obras para un teatro definitivo comenzaron, este nunca llegó a concretarse plenamente. Sin embargo, el espacio fue fundamental para el desarrollo de las artes escénicas, siendo diecinueve años más tarde el lugar donde nació la ópera en Buenos Aires.

En suma, el Café de la Comedia y el Teatro Provisional constituyen un capítulo memorable para la cultura porteña, reflejando no solo el auge de las manifestaciones artísticas en la Buenos Aires colonial, sino también las tensiones sociales y políticas de una ciudad en transición, entre el clasicismo cultural europeo y las realidades propias de una incipiente república en gestación.

En los albores de la actividad teatral en nuestra ciudad, el atractivo estético brillaba por su ausencia en los primeros recintos destinados a las artes escénicas. El Teatro de la Ranchería, activo durante la era virreinal, se erigió como un simple y amplio galpón ubicado al borde de las actuales calles Perú y Alsina. Mandado construir por el Virrey Vértiz en 1778, este espacio ofreció funciones teatrales hasta que, en un trágico episodio el 16 de agosto de 1792, un incendio apagó sus luces para siempre. La catástrofe, desencadenada por un fuego artificial lanzado desde el exterior que prendió su techo de paja, fue interpretada como un acto intencional, posiblemente originado en la oposición del clero, en particular de la congregación franciscana, hacia el teatro. El Virrey, convencido de esta conspiración, ordenó el traslado del monje Francisco José Acosta, cuya prédica en contra del teatro había ganado notoriedad pública.

Más allá de las con el claustro religioso y la falta de comodidades en los primeros espacios teatrales, el fervor porteño por la escena dramática no menguó. En un panorama con escasas opciones de entretenimiento, se evidenció la necesidad de edificar un teatro digno que pudiera albergar una audiencia numerosa y exigente. Para ello, se eligió un solar conocido como “hueco de las ánimas”, ubicado en el espacio que hoy ocupa la casa central del Banco Nación, limitado por las calles Rivadavia, Reconquista, Bartolomé Mitre y 25 de Mayo.

Dado que la construcción del nuevo coliseo se preveía prolongada, se decidió levantar una sala provisional para cubrir la demanda inmediata de espectáculos teatrales. Los planos de esta estructura fueron diseñados por Antonio Aguado, teniente director de arquitectura de la Real Academia de San Fernando, y recibieron aprobación oficial el 8 de marzo de 1804. Sin embargo, antes de esta aprobación formal, el Virrey Del Pino, con el fin de agilizar los trámites, autorizó en julio de 1803 un proyecto presentado por el actor don Josef Especiali y el terrateniente don Ramón Aygnesse para la construcción de una casa de comedias con capacidad para 400 espectadores. A lo largo de los años, el edificio provisional fue deteriorándose hasta que, debido al mal estado de su techo, fue clausurado definitivamente. A pesar de carecer de grandeza arquitectónica, este espacio fue crucial para la consolidación de la cultura teatral en la ciudad, ya que la persistencia de los porteños en disfrutar las artes dramáticas, a pesar de las dificultades materiales y sociales, sentó las bases para futuros desarrollos teatrales y enriqueció el pulso cultural de la ciudad.