lunes, mayo 19

CABA: LA ABSTENCIÓN MÁS ALTA EN CASI 30 AÑOS

La desconexión entre lxs políticxs y la sociedad

La histórica caída en la participación electoral abre un llamado de atención sobre la crisis de representación política en la Ciudad de Buenos Aires (CABA). La última jornada electoral quedará grabada como una de las más contrarias a todo pronóstico, pues puso en evidencia la profunda crisis estructural entre la clase política y la sociedad. La elección local, que contó con un total de 17 candidatos compitiendo por los principales cargos, arrojó una cifra de participación inédita en las últimas tres décadas: apenas el 53,3% del padrón habilitado acudió a las urnas. Esto significa, en términos simples y rotundos, que 47 de cada 100 ciudadanos habilitados para votar optaron por no hacerlo.

Para comprender de este dato, hay que remontarse hasta 1997, último año en el cual la participación electoral se vio en niveles tan bajos como los de esta elección. La comparación con el año 2023, donde la votación general alcanzó un 76,9% de concurrencia, es aún más elocuente: la caída es de 23,6 puntos porcentuales, uno de los derrumbes más abruptos y significativos de la democracia porteña contemporánea. El récord negativo anterior, hasta hoy, había sido en 2003, cuando la asistencia fue del 69,7%, cifra que hoy resulta ampliamente superada con un margen de 16,4 puntos.

El fenómeno no solo impacta en términos numéricos, sino en sus implicancias políticas y sociales, dejando al desnudo no solo la apatía, sino una profunda crisis de legitimidad y representación de candidatos y candidatas, similar a lo que viene sucediendo en varias provincias argentinas. Chaco, Jujuy, Salta, San Luis y Santa Fe, por ejemplo, también registraron niveles preocupantes en la participación, con Chaco apenas superando el 50%. Lo que evidencia una tendencia de descontento nacional que parece ir más allá de las particularidades locales.

Analistas y especialistas coinciden en que este fenomenal ausentismo no puede explicarse como un episodio aislado ni a partir de condicionantes coyunturales de corto plazo. La apatía manifestada –que trasciende al formalismo del acto electoral– se inscribe en un contexto marcado por un divorcio cada vez mayor entre la agenda política propuesta por los partidos mayoritarios y las necesidades y demandas de una población que convive con años de políticas de ajuste, inflación persistente y pérdida de poder adquisitivo.

Gran parte de la responsabilidad recae en una clase política que, indiferente a esta realidad, mantiene durante años la misma retórica y las mismas disputas internas, muchas veces desconectadas de las preocupaciones reales de la ciudadanía: el acceso a trabajo digno, a servicios de calidad, seguridad y a un futuro con horizonte claro. Además, la segmentación partidaria y el elenco fragmentado de candidaturas no contribuyen a una identificación clara por parte del votante, sumando confusión y desconfianza.

A esta situación se suma la herencia de gobiernos sucesivos, que, desde el macrismo hasta el actual oficialismo de Javier Milei, pasando por el peronismo tradicional, han aplicado medidas de ajuste que afectan directamente a la mayoría. La crisis económica, con una política monetaria fuertemente condicionada por el Fondo Monetario Internacional —que aportó más de 20.000 millones de dólares para respaldar las gestiones oficiales— ha generado un escenario cada vez más hostil para la población, que expresa su malestar también con la negativa a participar.

En medio de este cuadro desolador para la democracia representativa, el oficialismo porteño ha intentado sacar rédito político, celebrando —como un triunfo— el haber logrado quedarse con el primer puesto en una ciudad que históricamente fue su bastión, una capital que vio nacer al PRO. Sin embargo, un análisis más detenido arroja luces posiblemente incómodas: el candidato oficialista Adorni, a pesar de contar con un partido jerarquizado y con el apoyo explícito de figuras centrales como Javier Milei, solo recibió el voto de un 15% del total de electores habilitados.

Esta cifra evidencia la magnitud del descrédito y la ausencia de apoyo genuino. Aunque una parte del aparato gubernamental volcó grandes recursos económicos y humanos en la campaña, el margen de preferencia real revela que la victoria resulta relativa, más simbólica que representativa. El uso exhaustivo del aparato de gobierno y la inversión multimillonaria de recursos públicos no han logrado modificar la tendencia de fondo: un cuerpo electoral que en gran medida optó por demostrar su cansancio, desencanto y escepticismo.

Si repasamos el mapa del ausentismo porteño, observaremos que, a nivel territorial, este fenómeno cobró mayor dimensión en ciertas comunas de la Ciudad. Con el 99,64% de las mesas escrutadas, se observa que algunos barrios exhiben tasas de participación extremadamente bajas, incluso por debajo de la mitad de su padrón habilitado. La comuna 1, que agrupa a sectores como Retiro, San Telmo, Puerto Madero y Constitución, no superó el 41% de asistencia. Comunas con densidad poblacional y diversidad socioeconómica importante como la 3 y 4 solo alcanzaron el 46% y 48%, respectivamente, mientras que la comuna 8 se ubicó en un 45%. Estos guarismos reflejan que, en ciertas áreas, la desconexión entre la oferta política y la demanda ciudadana ha llegado a niveles alarmantes, donde la mayoría no se siente representada ni motivada a participar del proceso electoral. Se deja al descubierto un escenario preocupante para la vitalidad democrática, que pone en riesgo la legitimidad de las autoridades surgidas bajo este contexto.

Las cifras de participación del domingo aparecen como la punta del iceberg de un escenario político y social que demanda atención urgente de actores político-institucionales, académicos, organizaciones sociales y la sociedad en su conjunto. La baja participación electoral no es solo un problema logístico o de comportamiento individual; es un síntoma claro de una falla estructural, que requiere un replanteo profundo en la forma en que se ejercen y se perciben los gobiernos. Una de las principales tareas pendientes es recuperar la confianza, la participación y la convicción de que el acto eleccionario es una herramienta legítima y sólida de expresión y transformación social. Para ello, se requieren no solo soluciones coyunturales, sino también un cambio cultural y político que devuelva sentido a la democracia representativa, combatiendo el desencanto y la fragmentación.

Mientras tanto, el escenario se presenta complejo y turbulento. La celebración oficialista no debe tapar la realidad incuestionable: casi la mitad del padrón habilitado optó por no votar, como si sugiriera que las urnas no son suficientes para resolver o visibilizar la crisis que atraviesa la convivencia social y el sistema político.

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