
El Centro de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) presentó este sábado 13 de diciembre para acoger una cita que conjugó música, memoria y dispositivos escénicos: la intervención sonora del trío de cuerdas de la UNTREF, concebida como una “partitura efímera” en el marco de la exposición Cine Fantasma, del artista Fabián Ramos. El ingreso fue gratuito y la convocatoria, aunque discreta, consiguió reunir a estudiantes, docentes, artistas y público general atraído por la promesa de una experiencia que se inscribía en la frontera entre concierto, performance y puesta en espacio museográfico.
Cine Fantasma es una propuesta que, en su núcleo, trabaja con los vestigios del cine: fragmentos de filmaciones, objetos asociados a la proyección, esqueletos técnicos y la idea de una narración que ha perdido su corporeidad. Ramos, cuya obra viene explorando la materialidad del cine y su condición espectral, diseñó una muestra que invita a pensar la imagen como rastro, como huella que pide ser leída más allá de la pantalla. En ese campo de resonancias, la inclusión de una intervención sonora se presenta como un gesto coherente: aportar sonido donde el cine se volvió silencioso, crear cuerpo sonoro alrededor de los fragmentos fantasmas.
La “partitura efímera” del trío de cuerdas —formado por violín, viola y cello— no fue una ejecución de repertorio clásico ni un experimento aleatorio de improvisación libre. Más bien, se trató de una pieza específicamente pensada para dialogar con los objetos y las situaciones dispuestas por la exposición. La partitura, en su diseño, obedecía a instrucciones que combinaban notación tradicional y gráficos abiertos: microtonalidades, sostenidos largos, silencios estratégicos y técnicas extendidas (pizzicato, sul ponticello, arco con percusión sobre el cuerpo del instrumento) se alternaron con indicaciones de espacio —cómo desplazarse por la sala, dónde situarse respecto a cierto proyector, cuándo mirar o dejar de mirar un objeto— y con tiempos flexibles que permitían a los intérpretes reajustar su pulsación según la respuesta del público y las resonancias reales del recinto.
A las 16 en punto, la sala principal mantenía la luz tenue, la disposición de piezas de cine antiguo y fragmentos de filmaciones mudas proyectadas en superficies no convencionales: cortinas, placas de metal, un telón arrugado. El sonido comenzó como una insistencia casi inaudible: un trémolo en el registro grave que parecía originarse detrás de una de las máquinas de proyección, desplazándose luego en capas. La primera impresión fue la de una música que emergía del entorno, no como superposición, sino como emanación: el trío no ocupaba el estrado tradicional, sino que sus integrantes se movían entre el público y los objetos, sus gestos coreografiados en correspondencia con la topografía de la muestra.
La interacción entre sonido y objeto fue uno de los momentos más logrados de la intervención. En una de las estaciones, una vieja pantalla de proyección sostenía manchas y huellas del cine pasado; la partitura marcó allí un arpegio descendente que se replicó como una especie de limpieza sonora, un gesto de restitución que no buscó restaurar la imagen, sino ponerla en escucha. En otra pieza, un fragmento de celuloide arrugado se convirtió en resonador improvisado: el arco rozó el borde metálico de un carro de proyección, produciendo un sonido metálico que continuó, y se integró con, una línea melódica en la viola. Estos empalmes evidenciaron una búsqueda rigurosa por parte del trío: escuchar el museo y dejar que el museo los escuchara.
La noción de efímero, por supuesto, no se limitó a la duración de la intervención. Fue también la premisa de una otredad del tiempo artístico en la que la composición se escribe y se borra en el mismo instante. Ramos, curador del conjunto de la exposición, había buscado con esta convocatoria subrayar la transitoriedad de la experiencia estética en un soporte tradicionalmente pensado como permanente —el museo— y, a la vez, cuestionar la idea de autoría: la partitura funcionaba como un guion flexible, donde el trío actuaba tanto como ejecutor como coautor del paisaje sonoro.
Desde lo informativo, conviene señalar algunos aspectos técnicos y organizativos que sostuvieron la propuesta. La instrumentación —violín, viola, cello— fue elegida por su riqueza tímbrica y por la posibilidad de cubrir un registro amplio que permitiera dialogar con las distintas frecuencias del espacio expositivo. La notación combinó pentagramas convencionales con símbolos gráficos y textos breves que describían acciones —“cerca del proyector”, “mirada sostenida 8” “silencio adaptable”—; ese sistema híbrido facilitó variaciones en tiempo real sin desestructurar una forma global. La logística implicó además acuerdos con el equipo del Centro de Arte: ajustar la iluminación, coordinar la disposición de las proyecciones y definir flujos para que el público pudiera circular y aproximarse sin interrumpir la ejecución. El ingreso gratuito, según la dirección del centro, fue parte de una política de acceso cultural que pretende acercar propuestas experimentales a audiencias diversas.
El público, en su mayoría, participó con una atención contenida que alternaba el asombro con la contemplación. Hubo niños observando desde el borde, estudiantes conversando en bajo volumen y asistentes que tomaban notas; el dispositivo escénico permitía ese comportamiento colectivo sin que se perdiera la intensidad de la experiencia sonora. En determinados pasajes, cuando el trío optó por texturas densas y sostenidas, emergió una especie de silencio compartido que recordaba el enfoque de las salas de cine clásicas; en otros, la música se inclinó hacia la fragmentación, provocando microaplausos o suspiros de reconocimiento: la audiencia, aunque invitada a la escucha, no fue meramente espectadora pasiva, sino parte activa del ambiente.
Desde la perspectiva crítica, la intervención planteó preguntas centrales sobre la relación entre imagen y sonido en contextos curatoriales. ¿Qué significa acompañar un archivo cinematográfico con música que no escoge recuperar su narrativa originaria, sino que la rehace? ¿Cómo se posicionan los intérpretes, con su carga técnica y simbólica, frente a objetos desprovistos de su función primera —la proyección en una sala oscura— y transformados en reliquias? La respuesta implícita de la partitura efímera fue proponer la escucha como forma de lectura, invitar a reconstruir sentidos a partir de capas sonoras y objetos fragmentarios. No se trató de subrayar una melancolía por el cine perdido, sino de activar su presencia a través de intermitencias y resonancias que lo convierten en un hecho vivo, por breve que sea.
También merece atención la filiación académica de los intérpretes: el trío de cuerdas proviene de la órbita de la UNTREF, institución que desde hace años viene consolidando propuestas orientadas a vincular la investigación, la creación y la mediación cultural. Iniciativas como ésta demuestran un interés por trascender el aula e intervenir en el tejido público del arte contemporáneo: los estudiantes y profesores implicados encuentran en espacios como el Centro de Arte un laboratorio donde experimentar lenguajes híbridos y estrategias de colaboración con artistas de otras disciplinas. El resultado, como se vio en esta tarde, es una experiencia que incorpora formación técnica y reflexión crítica en un mismo gesto.
En términos de recepción, la intervención generó comentarios diversos. Algunos asistentes valoraron la precisión y el control tímbrico del trío, el modo en que lograron inflexiones sutiles sin caer en el virtuosismo exhibicionista. Otros señalaron la fuerza conceptual del diálogo entre la música y la exposición, apreciando la coherencia entre la propuesta sonora y la temática de lo fantasmal y lo residual. Hubo, por supuesto, quienes esperaban una mayor radicalidad —una improvisación total o una puesta sonora más disruptiva—; estas observaciones son válidas y remiten a las múltiples expectativas que puede despertar un evento que se sitúa entre prácticas artísticas diversas.
La duración de la intervención fue moderada: alrededor de cuarenta minutos, tiempo suficiente para que las ideas se desplegaran sin agotarse. Al finalizar, el trío se retiró sin aplausos estridentes; la atmósfera que siguió fue de conversación pausada, análisis entre colegas y un intercambio de preguntas con los intérpretes y el curador. Algunos visitantes permanecieron en la sala para revisar obras que, hasta antes de la intervención, habían sido observadas en silencio, ahora sonadas de otra manera.
Como cierre, la iniciativa puede leerse como un ejemplo de las posibilidades que ofrece la colaboración entre música y artes visuales en espacios institucionales. La “partitura efímera” no sólo ofreció un evento puntual de calidad interpretativa, sino que propuso una metodología: trabajar el museo como partitura, permitir que el sonido revele capas latentes de objetos y, sobre todo, asumir la transitoriedad como motor creativo. En ese sentido, la intervención del trío de cuerdas de la UNTREF en la exposición Cine Fantasma de Fabián Ramos confirma una tendencia contemporánea que busca descentrar la obra del autor único y abrir el campo artístico a procesos de coproducción y escucha compartida.
Datos prácticos: la actividad tuvo lugar el sábado 13 de diciembre a las 16:00 en el Centro de Arte Contemporáneo de la UNTREF. La entrada fue gratuita. Para quienes deseen seguir este tipo de propuestas, la UNTREF y su Centro de Arte suelen anunciar sus programaciones en sus canales institucionales; la conjunción de investigación académica y producción artística hace de su agenda un espacio de renovada experimentación.
