viernes, abril 25

EL TANGO: ENTRE LA HISTORIA Y EL MEZTIZAJE

por Lucía Pereyra

Aunque toda historia tiene su comienzo, la del tango aún espera ser escrita. Esta danza y música, símbolo indiscutido de la cultura argentina, se encuentra en un limbo de relatos incompletos y narrativas revisables. No se trata de una historia carente de información; es, más bien, un tejido de relatos que carecen de profundidad analítica. La fascinación por sus orígenes ha llevado a la creación de diversas teorías, muchas de las cuales se ven enfrentadas a la insatisfacción por su falta de rigor y reflexión teórica.

En ocasiones, la búsqueda de respuestas sobre el origen del tango ha sido cubierta con el anecdotario, ese tentador fruto silvestre que ofrece espejismos de verdad a diletantes memoriosos. Historias de cuchillos de acero y pasiones desbordadas llenan las páginas de los libros, pero poco se hace para desentrañar el sutil entramado social que dio vida a esta forma de arte. En otros casos, las narrativas han buscado un linaje andaluz, aconteciendo así una conexión conveniente y cuestionable que ha bloqueado una comprensión más integral en términos de americanismo, o mejor dicho, de mestizaje.

El deseo de desligarnos de nuestra herencia común, de las raíces que han entrelazado la vida de los pueblos indígenas de América con aquellos que arribaron de Europa y África, ha limitado el alcance de nuestra búsqueda. El tango, por tanto, no podría haber emergido ni evolucionado en un vacío aséptico; su esencia está impregnada de la pluralidad que define a la sociedad argentina.

El mestizaje, que es más que un simple cruce de razas, se ha erigido como el común denominador de América postcolombina. La identidad argentina, y por extensión su música, no puede pensarse sin la presencia de las culturas que la nutren. Si asumirnos como americanos implica pensarnos como mestizos, resulta un desafío entender la rica complejidad de nuestra historia solo en términos eurocéntricos, lo cual ha sido un camino lleno de recriminaciones y equívocos.

Más de cuatro siglos de convivencia pluriétnica y multicultural nos invitan a replantearnos el tango desde una perspectiva sociohistórica integradora. Aunque ha habido esfuerzos por dilucidar la naturaleza de esta mancomunidad, muchos han quedado en el ámbito de lo hipotético, limitándose a meras analogías. A menudo, el análisis de las influencias en la música resulta un proceso comparativo que, en su simplismo, corre el riesgo de desdibujar la profundidad de las interacciones culturales. Al equiparar aportes con ingredientes, algunos sugieren que los africanos aportaron el ritmo y los europeos la melodía y la armonía. Pero esta reducción peca de elemental, como si los ritmos africanos fuesen solo una cuestión de pulsos, ignorando la diversidad sonora y cultural riquísima que el continente africano ofrece. La cultura no es una suma de elementos discretos; en realidad, la resultante es siempre más que la colección de sus partes. La alquimia cultural que dio vida al tango se integró en un marco social específico y cambiante.

No se puede entender al tango sin reconocer que su desarrollo se vio influenciado por las distintas comunidades que habitaban el Buenos Aires en su apogeo. Desde la llegada de los primeros inmigrantes a fines del siglo XIX hasta la existencia de las comunidades afroargentinas y las culturas indígenas que coexistieron en el mismo espacio, el tango es un producto del encuentro, del roce entre múltiples tradiciones. Las milongas, donde estas diversas tradiciones se entrelazaron, son el escenario primordial donde el tango se formó, un crisol que oscila entre las danzas populares de los inmigrantes europeos y los ritmos originarios de los pueblos indígenas y afrodescendientes.

La danza del tango, que es aclamada en todo el mundo, es el resultado de este proceso compartido y dinámico. A menudo se ignora cómo la condición socioeconómica de quienes practicaban el tango en sus inicios -los marginales, los inmigrantes, los criollos- no influyó  unicamente en su desarrollo musical, sino también en su narrativa simbólica. Esta música emergía de rincones oscuros, de contrastes agudos entre el desespero y la esperanza, de un Buenos Aires que se encontraba en constante transformación.

En conclusión, la historia del tango, lejos de ser un relato lineal y homogéneo, es un reflejo de la compleja realidad social de Argentina. Aunque su historia aún está en construcción, no debemos desestimar las contribuciones de todos sus protagonistas. Al renunciar a visiones simplistas que buscan dividir o jerarquizar influencias, podremos comenzar a vislumbrar una narrativa más rica y plena que abarque todos los matices de este f2enómeno cultural. La historia del tango, que aún espera ser escrita, es al mismo tiempo un tejido de todas nuestras identidades. Y es, quizás, en la plena aceptación de esta herencia compartida donde reside la verdadera nota de esta danza: la de ser un crisol que celebra la diversidad en la unidad, una melodía mestiza que nos recuerda que, en su esencia, el tango es, y siempre será, un canto a la vida en su totalidad.

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