jueves, noviembre 13

¿POR QUÉ SE DISOLVIÓ FORJA?

El 15 de diciembre de 1945, en el salón de una vieja sede porteña donde aún resonaban ecos de discusiones y proclamas, la agrupación Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina —la conocida FORJA— puso fin a una década de trabajo militante y pensamiento político. La resolución que disolvía el grupo no fue un acto abrupto ni la capitulación de un proyecto vencido, sino la constatación explícita de una transición política mayor: FORJA había cumplido su propósito inicial en un país que comenzaba a redibujarse con trazos imprevisibles y vertiginosos. Comprender ese gesto exige volver sobre los días previos, sobre las conversaciones y desencuentros, sobre las esperanzas y dudas que acompañaron la aparición del peronismo y la decisión de muchos de sus hombres de incorporarse a la marea popular que emergía.

FORJA había nacido con vocación crítica y espíritu renovador. Sus fundadores miraban con alarma la Argentina de la Década Infame: el fraude, la dependencia económica, la sumisión a intereses oligárquicos y extranjeros. Su propuesta, en términos simples, fue recuperar una tradición radical adaptada a las necesidades nacionales: nacionalismo económico, justicia social y una mirada soberana sobre la política exterior y la economía. Durante diez años, esa agenda se expresó en cuadernos, artículos, reuniones y campañas de opinión que hicieron del grupo un faro ideológico para amplios sectores de la intelligentsia y del radicalismo crítico.

Sin embargo, la historia no transcurre en el vacío doctrinal. En la primera mitad de 1945 se produjo un hecho que aceleró y orientó las decisiones de FORJA: la irrupción política de Juan Domingo Perón. No como figura personal aislada, sino como portavoz de un conjunto de medidas —nacionales y sociales— que tocaban una fibra sensible de la realidad argentina. Los hombres de FORJA, y en particular Arturo Jauretche, percibieron en esas medidas una continuidad posible con las banderas forjistas: el cuestionamiento del modelo agroexportador, la defensa de la industria nacional, la reivindicación del trabajo organizado. Jauretche, que ya había esbozado en su ensayo «Radicalizar la revolución y revolucionar el radicalismo» un diagnóstico sobre el agotamiento del viejo régimen y las vías de renovación, comprendió pronto que la coyuntura ofrecía una oportunidad histórica para lo que ellos habían venido pregonando.

Esa cercanía inicial no fue exenta de matices ni de roces. Jauretche y Perón se conocían; este había leído los Cuadernos de FORJA y hubo conversaciones de alto voltaje intelectual entre ambos. El vínculo osciló entre el trato privilegiado y las fricciones —producto acaso de singularísimos personales, de diferencias tácticas, de desconfianzas mutuas— pero, sobre todo, de la imperiosa necesidad de proteger las transformaciones frente a las fuerzas conservadoras que nunca abandonaron la escena argentina.

El octubre de 1945 es la bisagra decisiva. Primero, porque el propio Perón fue desplazado y apresado por sus camaradas del gobierno militar, y enviado a la isla Martín García bajo la presión de una élite que no estaba dispuesta a tolerar las transformaciones en marcha. Segundo, porque frente a esa tentativa de restauración oligárquica se produjo una movilización popular masiva y espontánea el 17 de octubre: obreros, trabajadores, sectores populares que, empujados por la necesidad y la indignación, tomaron las calles de Buenos Aires y exigieron la liberación de quien ya se perfilaba como su representante. La movilización, que rebasó incluso a las dirigencias sindicales —que habían convocado un paro para el día siguiente, el 18—, fue el termómetro de un fenómeno social cuya fuerza y profundidad muchos habían subestimado.

En ese contexto, la decisión de FORJA no fue una mera cuestión de afinidad doctrinaria, sino un acto político deliberado: había que elegir de qué lado situarse ante la posibilidad real de una restauración conservadora. La anécdota del militante radical que pregunta a Jauretche qué hacer frente a las columnas populares ilustra ese instante con crudeza y claridad. «Agarrá la bandera y ponete al frente», responde Jauretche. La frase condensa una ética de la acción: no basta la crítica desde la tribuna, hay que ponerse al frente del pueblo cuando éste se expresa masivamente. FORJA acompañó la movilización y, aquella misma tarde del 17 de octubre, emitió un comunicado que apoyaba a los obreros y aclaraba su posición. Era un punto de no retorno.

Las semanas siguientes consolidaron lo que ya se había insinuado: la candidatura presidencial de Perón tomó cuerpo y la discusión interna en FORJA se volvió irreductible. No se trataba sólo de apoyar o no a una figura; se trataba de definir la estrategia política en un mapa donde la vieja representación partidaria se fragmentaba y las identidades cambiaban de sentido. La mayoría de los integrantes de FORJA se reconocía ahora en el movimiento popular que crecía, y comprendió que su fuerza hasta entonces había sido más bien ideológica que orgánica. No habían logrado, en buena medida, constituirse en un agrupamiento con peso electoral y estructural propio. Frente a la nueva realidad, la continuidad del grupo como entidad separada perdía sentido.

La reunión del 15 de diciembre de 1945 fue, por ello, el acto de cierre de una etapa y la liberación formal de sus afiliados para integrarse en otros cauces políticos. La resolución adoptada expresó con precisión ese diagnóstico: la identidad de la gran mayoría de sus miembros con el pensamiento y la acción popular en marcha, la constatación de que las finalidades perseguidas al crear FORJA se encontraban cumplidas en la emergencia de un movimiento popular capaz de sostener políticamente lo que ellos venían defendiendo. La disolución no fue, entonces, una derrota, sino una transferencia de la voluntad política hacia una arena donde el país ya se organizaba de otra manera.

Desglosar las implicancias de esa decisión exige detenerse en la sobriedad estratégica que caracterizó a muchos forjistas. No todos pertenecieron de manera homogénea a la experiencia peronista: hubo quienes volvieron al radicalismo, como ya había sucedido con algunos antiguos miembros; otros, en cambio, entendieron que la tarea de sembrar ideas se había transformado en la posibilidad de influir desde dentro de un movimiento que prometía cambiar las relaciones sociales y económicas. La convicción de que el régimen anterior —la Argentina-granja— era insostenible, que la dependencia económica y la marginación del trabajo eran problemas estructurales, llevó a muchos a apostar por una alianza con las fuerzas que podían revertirlo.

También conviene subrayar que la incorporación de los forjistas al peronismo no fue una simple absorción mecánica. Trajeron consigo un capital ideológico, una batería de conceptos y críticas que enriquecieron el debate interno del naciente movimiento. Su formación, sus lecturas y su experiencia de crítica al radicalismo tradicional aportaron herramientas analíticas que ayudaron a perfilar discursos y estrategias. Así, la historia posterior —la construcción de una cultura política peronista con matices industriales y nacionalistas— también llevaría la impronta de esos hombres.

Pero la fusión entre FORJA y el peronismo no estuvo exenta de tensiones. Los matices entre proyecto nacional, justicia social y la cuestión del liderazgo personal eran problemas a resolver en la práctica. La convivencia entre cuadros provenientes de la tradición radical crítica y un movimiento enraizado en las clases populares y sindicales exigió diálogos, ajustes y, a veces, fricciones. No hay que romantizar la operación: fue un proceso conflictivo, lleno de debates y resistencias, donde la política cotidiana —la disputa por cargos, la definición de prioridades, la relación con la burocracia sindical— puso a prueba las convicciones iniciales.

Mirado en perspectiva, el gesto de disolución de FORJA es también el reflejo de una transformación más amplia en la política argentina: la emergencia de un bloque social cuyo protagonismo histórico iba a redefinir la correlación de fuerzas en el país. La franja social que antes había sido marginal en la toma de decisiones —trabajadores industriales, pequeños comerciantes, sectores populares urbanos— se convertía en actor central. FORJA, que había intentado teorizar y organizar la respuesta intelectual a la Argentina dependiente, optó por poner ese bagaje al servicio de la nueva centralidad social. No se trató de abandonar principios, sino de buscar instrumentos más eficaces para su realización.

La huella de Jauretche y de sus compañeros es doble. Por un lado, la de haber participado activamente del momento fundacional que permitió la expansión política del peronismo: su apoyo en octubre y la decisión de integrarse contribuyeron a legitimarlo entre capas medias, sectores intelectuales y cuadros políticos que buscaban alternativas al viejo régimen. Por otro, la de haber transmitido al movimiento ciertos contenidos doctrinarios: una mirada crítica sobre la dependencia, la defensa de la industria nacional y una interpretación del nacionalismo que no se confundiera con reacciones conservadoras.

Finalmente, la historia de FORJA y su disolución en diciembre de 1945 es un capítulo ejemplar para pensar cómo los proyectos políticos se transforman cuando la correlación social cambia. No siempre la disolución de un grupo pequeño es la señal de fracaso; a veces, como en este caso, es la constatación de que se han sembrado ideas que ahora encuentran aquí un cauce colectivo mayor. FORJA se disolvió para que sus miembros pudieran participar con libertad en la construcción de una nueva hegemonía política. Muchos de ellos, con sus plumas, sus palabras y su experiencia, seguirían influyendo en los debates del peronismo y en la configuración de un proyecto nacional que, pese a las contradicciones y las turbulencias, marcaría de modo indeleble la historia argentina del siglo XX.

Queda, en la lección de aquellos días, una enseñanza sobre la relación entre teoría y práctica: la coherencia política no siempre pasa por la permanencia orgánica, sino por la capacidad de los militantes de trasladar ideas al terreno social cuando éste ofrece las condiciones para su realización. FORJA eligió la práctica colectiva mayor; los hombres que la integraron no se extinguieron en el gesto, sino que renovaron su acción desde dentro de la marea que transformaba la nación. Y así, desde las plazas y los gabinetes, desde las páginas de diarios y las asambleas sindicales, la impronta forjista seguiría presente en las primeras décadas del peronismo, contribuyendo a la complejidad y riqueza de un fenómeno que, aun hoy, sigue siendo objeto de interpretaciones y pasiones.