
El Museo Fernández Blanco, ese edificio patrimonial que guarda en sus entrañas capas de historia porteña, se prepara para recibir la muestra Persistencias en el marco de BIENALSUR 2025. La exposición curada por Diana Wechsler propone concentrar la mirada en lo que habitualmente se desplaza fuera del foco: la respiración. No la respiración entendida como información biológica fría, sino como acontecimiento —ritual, mecanismo, metáfora— que articula cuerpo, tiempo y ambiente.
Esta invitación a sentir, a escuchar lo que usualmente no exigimos oídos para percibir, reúne la obra de seis artistas que desde el territorio estético y poético de cada uno, sitúan el aire y el acto de inhalar y exhalar en el centro de la experiencia artística: Pablo Reinoso (ARG–FRA), Juan Sorrentino (ARG), Clemente Padín (URY), Mene Savasta (ARG), y el dúo Gisela Motta y Leandro Lima (BR). El conjunto no pretende homogeneizar una mirada sino desplegar una polifonía de estrategias —video, instalación mecánica, objetos respirantes, modulaciones lumínicas y sonora— que amplifican dimensiones diferentes de ese gesto tan primario.
Al ingresar a la sala, la presencia del aire se hace tangible no por la ausencia de objetos sino por la insistencia de sus resonancias: una vibración sutil que atraviesa la sala como un latido tenue, una cadencia que obliga a sincronizar la respiración propia con aquello que respira. Wechsler conjuga obras que, por su forma y materialidad, convierten el fenómeno involuntario en evento deliberado: la respiración deja de ser un fondo invisible para convertirse en protagonista de un relato sobre duración, precariedad y atención.
Entre las piezas que convocan al público se encuentra el trabajo de Clemente Padín, cuyo video-poema Aire registra una acción repetida en distintos momentos y lugares con la intención explícita de alertar sobre el deterioro de ese recurso vital que muchas veces damos por garantizado. La cámara y la voz de Padín trazan un diario visual que no sólo denuncia, sino que se vuelve acto performativo: la repetición, la acumulación de imágenes de paisajes afectados por la contaminación, y la textura poética del registro construyen una experiencia que obliga a pensar la respiración como una condición social además de fisiológica. Ver Aire en la sala de un museo es también toparse con la paradoja de encapsular un problema global en una instancia curatorial, y al mismo tiempo dejar que la sala circule su mensaje a públicos diversos.
Los respiros de Juan Sorrentino, por su parte, desarrollan analogías entre ciclos lumínicos y pulsaciones sonoras. Su instalación juega con una secuencia de luz intermitente y sonidos de baja frecuencia que remiten a lo elemental: latidos, mareas, ritmos cósmicos que se hacen cotidianos al sincronizarse con la respiración de quien observa. Esa correspondencia entre lo visible y lo audible construye una atmósfera que obliga a la quietud; la sala se transforma en una suerte de cámara de resonancia donde el visitante reconoce —a veces sorprendido— el propio ritmo respiratorio. Sorrentino no busca imitar la respiración sino evocar sus correlatos sensoriales, poner en tensión la percepción, y proponer un ejercicio de escucha atenta.
En una línea afín, Gisela Motta y Leandro Lima presentan una instalación maquínica que, de manera autónoma, llena rítmicamente de aire una serie de globos diseminados por el suelo. El mecanismo, complejo y poético a la vez, rebela una coreografía de inflados y desinflados: los globos ascienden y se reclinan, se expanden y se dejan ir en ciclos que evocan tanto el ciclo de la vida como estructuras sociales de auge y desgaste. El gesto mecánico pone en escena la dependencia entre la máquina y el cuerpo, entre lo artificial y lo orgánico, y subraya la fragilidad de ese equilibrio: un pinchazo, una falla, y la cadencia se quiebra. La cita del 29 de agosto, cuando Motta y Lima presentarán sus obras, promete ser un momento de encuentro público con la maquinaria y sus sonidos, una ocasión para ver en directo cómo la mecánica del aire puede producir imágenes inesperadas.
Pablo Reinoso aporta a la exposición su serie Respirantes, objetos a los que asigna una entidad propia para explorar la relación entre tiempo y ritmo. Sus piezas —a mitad de camino entre escultura funcional y criatura autónoma— parecen respirar con una autonomía propia: no son simples simulacros, sino presencias que parecen cobrar vida en el espacio. Reinoso ha trabajado desde hace años con la noción de objeto envuelto por una gramática de movimiento; aquí esa gramática se encuentra con lo más elemental: inhalar, exhalar, marcar el paso del tiempo en una sala donde el visitante traza su propio tempo. Los Respirantes ponen en discusión la frontera entre lo inanimado y lo viviente, entre diseño y organismo, y obligan al espectador a interrogar la antropología de los objetos.
Mene Savasta, cuya poética oscila entre el sonido, la instalación y la investigación del cuerpo, aporta a Persistencias piezas que registran y manipulan la presión y el flujo del aire. Su trabajo confronta la percepción inmediata con modelos técnicos: instrumentos que miden, amplifican y traducen datos respiratorios en señales perceptibles. De este modo, la exposición suma un componente casi científico, sin perder la dimensión poética: los dispositivos de Savasta convierten en cifra aquello que respiramos y nos hacen testigos de variaciones que, muchas veces, pasan desapercibidas.
Más allá de la heterogeneidad técnica y estética, la exposición adquiere —en el contexto actual de crisis medioambiental y tensiones sociales— una densidad simbólica particular. Si la respiración se entiende también como la capacidad de los ecosistemas para sostener vida, estas obras actúan como advertencias y como llamados a la responsabilidad colectiva. El aire, recurso compartido y vulnerable, aparece como indicador de desgaste: la fragilidad de los cuerpos frente a la contaminación, la asfixia de territorios, la sobreexplotación de bienes comunes. Al mismo tiempo, Persistencias apunta a la dimensión política de la respiración: en tiempos de pandemias, migraciones forzadas y desigualdades en el acceso a condiciones de vida dignas, poner la respiración al centro es también reconocer las desigualdades que la condicionan.
La exposición, además, tiene un tono sensorial que evita la grandilocuencia moralizadora. No sermonea; invita a detenerse. Ese freno es un gesto político en sí mismo: en un mundo de ritmo acelerado, proponer la atención a algo tan elemental como el aliento es reivindicar la pausa como forma de resistencia. La curaduría de Diana Wechsler —conocida por sus proyectos que combinan rigor histórico y sensibilidad contemporánea— logra tejer las piezas en un relato que respeta las diferencias de cada autor y, a la vez, las hace dialogar en una conversación que va desde lo íntimo hasta lo colectivo.
La disposición espacial de Persistencias colabora con este efecto. No se trata de un pasaje didáctico, sino de un entramado de eventos sensoriales: salas donde la luz palpita, rincones con objetos que insuflan aire y zonas donde la imagen y el sonido se solapan. El recorrido no exige respuestas unívocas; propone intersticios de reflexión. En algunos puntos, el espectador se ve obligado a detener la marcha para no interrumpir una mecánica; en otros, la proximidad física con una obra vuelve sensible la presencia de corrientes de aire, cambiando la relación con el espacio expositivo tradicional.
La programación pública complementa esa experiencia: la muestra podrá visitarse hasta el 30 de noviembre, los sábados, domingos y feriados de 11 a 20. Además, el 29 de agosto a las 18 se inaugurará el capítulo consagrado a Motta y Lima, una instancia que permitirá ver en acción la instalación mecánica y dialogar con las estrategias técnicas detrás del inflado rítmico de los globos. Estas instancias públicas evidencian la vocación de BIENALSUR por abrir puentes entre obras, artistas y comunidades, generando situaciones donde la pieza se convierte en conversación.
Persistencias se inserta en la edición de BIENALSUR que celebra diez años de un proyecto que busca descentralizar y democratizar el circuito del arte contemporáneo. La red de BIENALSUR, que se extiende por 140 sedes en 70 ciudades, intenta redefinir el mapa cultural global al articular espacios diversos y territorios que rara vez encuentran voz en las rutas institucionales tradicionales. A la luz de esa filosofía, la elección de un tema como la respiración —compartida por humanos, animales, ecosistemas— es, en sí, una metáfora: trazar redes, intercambiar aliento, reconocer interdependencias.
En clave crítica, Persistencias plantea también preguntas sobre el lugar del arte en la articulación de sentidos ante la emergencia climática. ¿Puede la experiencia estética modificar prácticas cotidianas o políticas públicas? ¿Qué puede hacer una sala de museo frente a la magnitud de la crisis ambiental? Las obras aquí reunidas no esbozan soluciones técnicas, pero sí contribuyen a configurar una sensibilidad más atenta y responsable: al volver visible lo invisible, al convertir lo cotidiano en objeto de reflexión, el arte abre un espacio de imagen y pensamiento desde el cual imaginar otras formas de cuidado. Ese trazo, modesto pero necesario, es parte del aporte ético del proyecto.
Asimismo, la exposición permite pensar en una poética del tiempo: la respiración como medida y la persistencia como condición. Los ciclos de inflado y desinflado, de luz y sombra, de sonido y silencio, marcan una duración que no se impone sino que acompasa. En un entorno cultural habituado a la inmediatez, Persistencias ofrece la posibilidad de experimentar la dilatación del tiempo: las obras requieren espera, atención, y una disposición a ser atravesado por ritmos que no siempre coinciden con los propios. Ese encuentro —a veces incómodo, otras veces revelado— es la razón de ser de la muestra.
La selección de artistas, además, sugiere una mirada transnacional que dialoga con la propia topografía de BIENALSUR. La presencia de voces de Argentina, Uruguay, Brasil y la doble adscripción de Reinoso (ARG–FRA) refuerza la idea de comunidad artística que trasciende fronteras. En ese sentido, el aire se convierte en figura de lo común: un bien sin cartografía política fija, pero profundamente atravesado por decisiones y desigualdades territoriales.
Para quienes asistan, Persistencias propone una experiencia múltiple: hay obras para ser observadas, piezas que demandan escucha, instalaciones que requieren un desplazamiento cuidadoso. También hay momentos performativos: las obras que se activan en horarios determinados o que dependen de la interacción con el público abren la posibilidad de que la pieza, efímera en su temporalidad, se transforme en experiencia compartida.
Si la respiración es el hilo conductor, la exposición respira también históricamente: remite a la larga tradición de prácticas artísticas que rescatan lo cotidiano y lo mínimo como dispositivo crítico. A la vez, actualiza esa tradición con herramientas tecnológicas y dispositivos mecánicos contemporáneos que permiten volver sensible lo invisible. En ese cruce entre tradición y técnica, Persistencias encuentra su singularidad: no es una muestra de mera ilustración científica ni una colección de metáforas románticas; es, más bien, una cartografía afectiva y política sobre el aliento.
Al salir del museo, es probable que el visitante porte consigo una pequeña transformación: una mayor conciencia del propio ritmo, una atención renovada al silencio entre las respiraciones, o simplemente la sensación de haber compartido un espacio donde lo invisible fue hecho visible. En tiempos donde las urgencias suelen imponerse con estrépito, la exposición propone un gesto contrario: bajar la voz, medir el pulso del aire, sostener la atención como práctica política.
Persistencias, entonces, funciona como un micrófono para aquello que raramente reclama protagonismo. En ese sentido, la muestra no sólo se adecua a la filosofía descentralizadora de BIENALSUR, sino que también aporta una propuesta poética y crítica al debate público: recordarnos que la vida —esa primera y última de las condiciones— depende de ritmos que compartimos y que estamos obligados a proteger.
La programación y la curaduría invitan a visitar la muestra con la disposición a dejarse afectar. Los sábados, domingos y feriados, hasta el 30 de noviembre, el Museo Fernández Blanco ofrecerá esta experiencia sensorial y política, con un punto alto el 29 de agosto a las 18, cuando Motta y Lima presenten su instalación y su maquinaria respiratoria. Para quienes se acerquen, será una oportunidad de experimentar la persistencia del aire y, quizá, de pensar nuevas formas de cuidado común. En el pulso del museo, la respiración se vuelve argumento: un recordatorio de que lo elemental también es político, y de que atenderlo es un gesto imprescindible.