miércoles, diciembre 17

ISIDORO CAÑONES

Hace 97 años, en octubre de 1928, el dibujante Dante Quinterno dio vida a quien sería uno de los personajes más populares de la historieta argentina: «Las aventuras de don Gil Contento» —el típico prototipo del porteño vivillo y farolero que con el tiempo derivaría en el inefable Isidoro Cañones— que aparecía publicada en la tira diaria del diario Crítica.
El personaje de Isidoro, una vez creado, tuvo dos rumbos bastante particulares: por un lado, era el padrino de Patoruzú, siendo su contraparte en las historietas compartidas por ambos y, por otro lado, era el auténtico «playboy mayor de Buenos Aires”, viviendo sus propias aventuras. Es en este segundo caso, a partir de 1940, cuando el personaje se haría más popular y querido por el público.
En las aventuras de Patoruzú, el personaje del padrino es presentado como irresponsable, timbero, interesado, vago, cobarde, corruptible y desvergonzado, o sea, una antítesis de su ahijado (ya que Patoruzú es un ejemplo de moral, valentía, honradez y rectitud, entre otras virtudes). En estas historietas, Isidoro alternaría, entre los distintos escenarios, el campo y la ciudad. Ya para el año 1939, en una tira, aparecería, por primera vez, su tío, el coronel Urbano Cañones. Un año después, y más que nada debido a la simpatía del personaje, Isidoro tendría sus propias aventuras como protagonista de su propia tira, en este caso en la revista «Patoruzú Semanal», ya con historias totalmente ajenas a las del héroe sureño. Isidoro presenta una familia y una vida ajena a la que lleva en las historias que comparte con el indio como el «padrino», ya que vive con su tío, el coronel Cañones, en la casa de este, en lugar de compartir el techo con Patoruzú. Pero las tiras de Patoruzú siguen adelante, así que, al mismo tiempo, pero en este caso como el «padrino» (no como Isidoro), continúa compartiendo las otras historietas con el indio.
Una de las razones del éxito del personaje se debía a que, a diferencia de los otros héroes de historieta (al menos en esa época), Isidoro tenía una vida como la de muchos de los lectores, en un mundo de tentaciones. Del mismo modo en que Patoruzú encarnaba todas las virtudes humanas casi hasta el aburrimiento, Isidoro se reservaba para sí una gran cuota de verosimilitud y realismo. Otro de los aciertos de la historieta fue hacer constantes alusiones a las marcas y lugares de moda, lo que acentuaba aún más el realismo y la consiguiente identificación por parte de los lectores; así, la historieta mostraba una Buenos Aires que existía en la realidad, y no una «neutra», como la de Patoruzú y otros personajes de historieta. En sus propias tiras (o sea, sin Patoruzú), Isidoro era un fiel representante del típico «chanta porteño» y recreaba el prototipo del hombre de la noche. Sus andanzas fascinaban aún a aquellos que no comulgaban con su ética y sus métodos, y lograba que muchos anhelaran vivir la vida como él, una vida que, en sus comienzos, representaba a todo un sector del país que, sin ser de la élite económica, vivía y conocía el Buenos Aires nocturno y disfrutaba de las fiestas de la alta sociedad.
Para quienes no accedían a las “Boîtes” y al “Jet-set”, Isidoro era una forma de vivir y conocer Buenos Aires de noche. Incluso, todavía, en los años ’40, era necesario vestir esmoquin y moñito para entrar en las fiestas de la alta sociedad (a propósito del tema, el apellido “Cañones” Isidoro solo lo usaba como aquel dote que le permitía acceder a ciertos lugares paquetes y presentarse en sociedad). De todas formas, el Isidoro de hoy casi que es el mismo de siempre, aunque encarnó al hombre de la noche en los años 40 y 50. Otro acierto de las historietas de Isidoro era el lenguaje sumamente coloquial que utilizaban los personajes, reflejo de cómo se hablaba en la calle y en las altas esferas.

Fuente: Todo Historietas

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