martes, septiembre 9

127 ANIVERSARIO DEL JARDIN BOTÁNICO

El domingo 7 de septiembre, el Jardín Botánico Carlos Thays celebró su 127° aniversario, un aniversario que conmemora su legado de paisaje, ciencia y naturaleza, así como su vínculo histórico con la vida urbana y la conservación en Buenos Aires desde el siglo XIX.

Creado en 1898 por el paisajista francés Carlos Thays, el Jardín Botánico ocupa siete hectáreas en las que se conjugan historia, botánica y paseo. Cinco de esas hectáreas están dedicadas a ejemplares de la Argentina —un mapa vivo de la diversidad regional dentro de la trama urbana—; las restantes albergan especies de los bosques templados de los cinco continentes. El registro arbóreo, por su riqueza y antigüedad, funciona como una biblioteca a cielo abierto: cada tronco, cada copa, remite a un origen geográfico y a prácticas de diseño paisajístico que fueron introduciendo nuevas formas de habitar la ciudad.

Al recorrer sus senderos, nos encontramos también con una colección de esculturas realizadas en materiales y estilos variados. Estas piezas evocan la naturaleza, la historia y la música, y se integran al recorrido como mojones visuales que convocan a detenerse, leer el entorno y pensar la relación entre arte y jardín. La experiencia —sensible y didáctica— alterna paseos contemplativos con lugares de consulta y aprendizaje.

Dos edificios concentran la atención por su valor arquitectónico y funcional: la Casona y el invernáculo principal. La Casona, erigida en 1881 y utilizada como sede de distintas reparticiones públicas antes de la apertura del Jardín, alberga hoy el Centro de Interpretación Botánica, la Biblioteca Infantil de la Naturaleza y las oficinas administrativas. Es un punto clave para quienes buscan comprender el sentido científico y pedagógico del espacio. El invernáculo, adquirido en 1897, conserva una estructura de hierro ornamentada y una cúpula de vidrios superpuestos. Sus condiciones controladas de temperatura y humedad permiten mantener colecciones de especies subtropicales —fragmentos de selvas lejanas que se preservan en medio del clima porteño— y ofrecen una lección práctica sobre las exigencias ecológicas de determinadas plantas.

Más allá de su estética y su valor patrimonial, el Jardín Botánico se ha consolidado como un actor central en proyectos de conservación y educación ambiental. Entre esas iniciativas se destaca “Las mariposas van a la escuela”, una propuesta que produce plantas nativas para jardines de infantes y que, al mismo tiempo, conecta el conocimiento botánico con la infancia: las futuras generaciones aprenden a reconocer especies, a valorar la biodiversidad y a participar en procesos de plantación y cuidado.

Otro proyecto emblemático es la preservación de la llamada “mentita de campo”, una especie que hoy se encuentra en situación crítica de peligro de extinción. Con apenas un ejemplar silvestre registrado en el mundo y escasa información sobre su ciclo biológico, el trabajo se concentra en desarrollar protocolos de siembra y germinación. Este esfuerzo, en colaboración con la Fundación Temaikén, ejemplifica la combinación de investigación aplicada y trabajo de conservación que se realiza en el Jardín: no se trata solo de conservar colecciones vivas, sino de intervenir con criterios científicos para recuperar especies que están al borde de desaparecer.

El Jardín Botánico funciona, además, como un espacio de oferta permanente para la comunidad: recorridos semanales, visitas guiadas, cursos, talleres, voluntariados, conferencias y seminarios que abordan temas tan diversos como la conservación vegetal, la biodiversidad, la botánica y el diseño del paisaje. Esa multiplicidad de actividades asegura que, más allá de su valor histórico, el Jardín siga siendo un lugar vivo, dinámico y en diálogo con las demandas contemporáneas: educativas, científicas y recreativas.

En estos 127 años, el Jardín Botánico Carlos Thays ha pasado de ser un proyecto de embellecimiento urbano a constituirse en un nodo de saberes y prácticas ambientales dentro de la ciudad. Sus árboles cuentan historias de migraciones botánicas; sus edificios reúnen memoria y conocimiento; sus programas de conservación sostienen la posibilidad de recuperar especies al borde de la extinción. Y, sobre todo, permanece accesible: abierto toda la semana, invita a la exploración y al aprendizaje cotidiano.

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