viernes, abril 19

BREVE HISTORIA DE UNA INFAMIA

 Por Julián Fava

Sobrino del presidente José Gaspar Rodríguez de Francia, Carlos Antonio López fue elegido presidente del Paraguay en 1844. Inició entonces un inédito proceso de modernización e industrialización para la América del Sur de esos años.

Se dictó la primera constitución del país, se organizó la educación pública, gratuita y obligatoria (que redujo la tasa de analfabetismo a niveles comparables a los de países europeos). Se construyeron ferrocarriles y telégrafos. Se promovió la industria metalúrgica. Se hicieron astilleros.

El estado paraguayo era dueño además de la mayor parte de las tierras y controlaba la comercialización de sus dos principales productos: la yerba y el tabaco. Tampoco tenía deuda externa; en esto también era la excepción de Sudamérica.

Corría el año 1863 cuando un grupo de liberales uruguayos comandados por el General Venancio Flores y apoyados militarmente por Brasil invadió Uruguay y derrocó al gobierno blanco, de tendencia federal y único aliado del Paraguay en la región.

La conspiración había sido tramada en Buenos Aires entre el presidente Bartolomé Mitre, la armada brasileña (aliada del partido colorado oriental) y la bendición británica. El diablo, una vez más, había metido la cola.

La autonomía ideológica y económica del Paraguay era un ejemplo nefasto para Gran Bretaña, transitando una severa crisis económica a causa de la Guerra de Secesión en los Estados Unidos que interrumpía casi por completo la remisión de algodón a la ex metrópoli. Entonces, en la búsqueda de nuevos proveedores de materias primas, emprendieron una política de conquista y saqueo de la India y pusieron el ojo en el Paraguay, segundo productor de algodón en el mundo.

El rédito, como de costumbre, iba a superar con creces a las expectativas: a la provisión de la mayor parte del armamento y las embarcaciones se sumaron considerables empréstitos a las naciones aliadas. Incluso al Paraguay, después de la guerra. Entre 1863 y 1865, los bancos británicos prestaron al Brasil más de diez millones de libras esterlinas; a la Argentina, se calcula que alrededor de cuatro millones.

El mariscal Francisco Solano López, hijo de Carlos Antonio, y por entonces presidente de Paraguay, había advertido que cualquier agresión al Uruguay sería tomada “como atentatorio del equilibrio de los intereses del Plata”. Y así fue: intervino en favor del gobierno depuesto y le declaró la guerra a Brasil.

López pidió autorización al gobierno argentino para que sus tropas pasaran por Corrientes con el fin de llegar hasta la Banda Oriental y ayudar al partido Blanco en su guerra civil. La negativa de Mitre -que se había declarado neutral- llevó a Solano a López a desautorizar esa orden y a declarar la guerra también a la Argentina.

Entonces Brasil, Argentina y el gobierno usurpador del Uruguay firmaron en 1865 el Tratado de la Triple Alianza. Allí fijaban los objetivos de la guerra y las condiciones de rendición que pesarían sobre el Paraguay.

De ese modo, se inició la mayor guerra de Sudamérica y una de las mayores afrentas para nuestro país. Salvo en Buenos Aires y en Rosario, en el interior del país los soldados se negaban a enfrentar a su país hermano. Mendoza, San Juan, La Rioja y San Luis fueron algunas de las sedes donde frente a la hegemonía porteña se alzaron las voces de la rebelión.

La soberbia de Mitre se expresó en una ya célebre frase: “En 24 horas en los cuarteles, en 15 días en campaña, en 3 meses en la Asunción”. La guerra duró casi cinco años. El costo para nuestro país fue de 500 millones de pesos y de 50.000 muertos.

Duró tanto por los conflictos internos de los aliados pero fundamentalmente por el heroísmo paraguayo: en Curupaytí, con un armamento claramente inferior, sufrieron sólo 50 muertos; los aliados, 9.000; entre ellos Dominguito, el hijo de Domingo Faustino Sarmiento.

La devastación y el saqueo de los vencedores fueron despiadados. Se calcula que el Paraguay perdió entre el 50% y el 70% de su población y quizá más del 90% de su población masculina adulta.

Si bien el tratado de la Triple Alianza establecía que los aliados respetarían la integridad territorial del Paraguay, Brasil instaló un gobierno acólito en Asunción y se quedó con importantes porciones del territorio paraguayo, que perdió 169.174 km2.

El fin de la guerra trajo a Buenos Aires, en 1871, una terrible epidemia de fiebre amarilla contraída por los soldados en la guerra.

El 16 de agosto de 1954, el presidente argentino Juan Domingo Perón le entregó en Asunción al presidente paraguayo los trofeos de la ominosa guerra. El 14 de septiembre de 2007, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner inauguró la unidad “Mariscal Francisco Solano López” del Grupo de Artillería Blindado 2 en Rosario del Tala, Entre Ríos.

La deuda con los vencidos es infinita, sin embargo la unidad sudamericana es hoy una realidad.

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