jueves, abril 18

FEMICIDIOS Y SOCIEDAD

Por María Cristina Oleaga (*)

Denigradas, secuestradas para la trata, torturadas, violadas, quemadas, asesinadas, víctimas de crueldad infinita. ¿Por qué? ¿Qué serie integran Hipatia asesinada, las brujas quemadas del medioevo, Juana de Arco, las mártires de Chicago, nuestras chicas hoy? ¿Qué hilo las enhebra? ¿Por qué tantas ahora? Comenzaré -buscando valor de verdad del mito- con la manzana de Eva; o mejor con Pandora, creada por Zeus para vengarse de Prometeo, ladrón del fuego de los dioses. Pandora, desobediente, abre el ánfora, es fuente de todos los males, culpable de que para los mortales sólo quede la esperanza, poca cosa.
¿Por qué ellas?
Los humanos, en su constitución, son mordidos de diferente modo por el lenguaje, en una repartición que ancla en los cuerpos. Los efectos de sentido de la lengua emergen con la presencia del signo y su ausencia: la letra y el intervalo, lo pleno y lo hueco. Esta dualidad divide a niños y niñas, quedando los varones del lado de lo presente: el pene destinado al brillo que llamaremos valor fálico, y las mujeres asimiladas a lo ausente, a lo oculto para ambos sexos, teñidas de disvalor y de misterio y, así, fuente de miedo. Que las mujeres hagan de la ausencia brillo y seducción es otra historia que no desplegaremos aquí.
Al cuerpo femenino nada le falta, a no ser por la operación del lenguaje que la ubica como lo Otro incluso para sí misma. La feminidad atraviesa un juego identificatorio vacilante: buena madre, amante seductora, trabajadora competitiva, ama de casa eficiente y tantas versiones más. Su afinidad con el intervalo, lo hueco, hacen más difícil para ella el creer en la consistencia de esos lugares y, frecuentemente, la invade un menos. El hombre se identifica mejor en su posición; depende de signos en los que le es más fácil creer: su auto, su dinero, su trabajo, etc., gracias a su proximidad con la positividad, el más. No hay razones lógicas para entender por qué más sería mejor que menos, pero hemos naturalizado estas valoraciones así como las ventajas de tantas cosas que, sin embargo, dañan.
Ese reparto disimétrico se superpone a una primera operación psíquica: el infans expulsa como No Yo, como extraño, todo aquello que duele, como el hambre. En el centro de ese No Yo, algo permanece fuera de toda clasificación: lo Otro más radical, el fuera de sentido. Todas las formas de la segregación y del odio, supuestamente racista y/o religioso al Otro, tienen una facilitación en esta disposición a expulsar lo indeseado de nosotros mismos. Cambian las épocas y las condiciones sociales, permanece el empuje a discriminar: negros, judíos, homosexuales, herejes, lo Otro del odio. La mujer, aunque no sólo ella, parece haber estado siempre más cerca de encarnarlo y despertar odio y descontrol, de ser denigrada al lugar de cosa temida a destruir.
¿Por qué ahora?
Esta sociedad mercantil capitalista necesita de consumidores ávidos, no de sujetos críticos. Homogeneiza los modos de gozar y de vivir, suprime lo diferente: que la rueda gire, alimente al dios mercado y genere ganancias sin fin. El mercado interviene sobre la subjetividad en combinación con una ciencia auxiliada por recursos técnicos antes inimaginables y nos hace creer en un todo posible para gozar/consumir ilimitadamente. Florecen, así, patologías del acto -violencia, adicciones- favorecidas por el cortocircuito que opera sobre la subjetividad: todo se podría hacer en un presente individualista de satisfacciones inmediatas. Así, se destruye el lazo con el otro como semejante y se exacerba el odio contra lo Otro, lo que no encaja con el Ideal de felicidad que nos venden.
Las víctimas de femicidio son reducidas materialmente al lugar de objeto descartable, blanco de actos perversos en los que se juega el poder machista violento que divide el mapa femenino en madres sagradas y putas desquiciadas a las que puede eliminar impunemente. No en vano hemos visto tantas mujeres masacradas a manos de hijos de poderosos y corruptos señores feudales. El Padre de antaño ya no regula. El femicidio crece en el marco de una descomposición general: exclusión de más jóvenes por fuera de toda cobertura simbólica y amparo afectivo, impedidos de hablar, leer, pensar, tomados por la indigencia y la droga; en aislamiento autoerótico. El Poder es ejemplo de corrupción. Todos sus sistemas -ejecutivo, legislativo y judicial- así como su brazo armado -servicios de inteligencia y policías- son caldo propicio para que florezca el ataque a lo Otro como único modo de tratamiento/supresión de las diferencias que podrían amenazarlo.
Sin embargo, existe la promoción de salud psíquica. Organizaciones que fomentan: reunión alrededor de temas comunes; resolución de conflictos mediante debate; opciones solidarias para sacar a chicos de la calle y el desamparo, proyectos de cambio social. Se trata de crear complejidad psíquica, el tipo de nutrición que favorece al sujeto crítico por sobre el consumidor impulsivo y compulsivo. Estas opciones son frecuentemente creadas por mujeres. Es el otro aspecto de la afinidad femenina con el hueco y la ausencia, es su posibilidad de hacer, de inventar, de crear. Es Pandora conservando la esperanza.

(*) Psicoanalista. Miembro del staff de la revista El Psicoanalítico.

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