miércoles, abril 24

AGUSTÍN TOSCO Y LA REBELIÓN POPULAR

   Por Maximiliano Molocznik

Agustín Tosco nació en la localidad de Coronel Moldes, Provincia de Córdoba en 1930. En 1949, ingresó a EPEC (Empresa Provincial de Energía Eléctrica de Córdoba). Sus actitudes éticas, su compromiso militante, su coherencia y el apoyo de sus compañeros le hicieron ganar un lugar cada vez más importante en el sindicato de Luz y Fuerza.

Para entender los motivos por los cuales el liderazgo de Tosco se había consolidado, debemos observar con detenimiento su práctica sindical, que no consistía solamente en la relación directa y fluida con las bases, que podían acceder fácilmente a la conducción, sino, sobre todo, por la ausencia de una burocracia que sofocara la participación.

Tosco se preocupó permanentemente de evitar el sectarismo involucrándose en el apoyo directo a luchas de otros sectores sociales, especialmente el movimiento estudiantil. Estaba convencido de que la única fuerza social que podía conducir un proceso de liberación nacional cuya meta sería el socialismo, se sustentaría en una alianza entre el movimiento obrero y el movimiento estudiantil en el seno del pueblo.

Muestras de ello resultaron sus apoyos consecuentes -con huelgas- tras la muerte del estudiante Santiago Pampillón y de la trabajadora de los ingenios azucareros Hilda Guerrero de Molina.

Sin embargo, el momento culminante de este acercamiento entre la clase obrera y los estudiantes se producirá durante el Cordobazo.

Este hecho, central en la historia de lucha de los sectores populares, fue madurando desde principios de 1969 frente al intento salvaje del gobierno integrista, cursillista y corporativista de Onganía de privatizar los comedores universitarios. El movimiento estudiantil resistió esta medida produciéndose el asesinato del estudiante Juan José Cabral en Corrientes y de Adolfo Bello y Norberto Blanco en Rosario.

En Córdoba, acompañando estos reclamos, las dos CGT acuerdan un paro de treinta y siete horas el día 26 de mayo que incluía el abandono organizado y disciplinado de los puestos de trabajo. No fue un movimiento espontáneo. Tosco había acordado cada una de las acciones con el dirigente del SMATA Elpidio Torres. La situación adquirirá otro cariz cuando las columnas de estudiantes y obreros toman conocimiento del asesinato del obrero Máximo Mena. Esto desató la furia popular y cambió radicalmente la situación. Cincuenta mil personas en lucha en la calle toman la ciudad que queda absolutamente a oscuras a partir de las ocho de la noche, cuando los empleados de Luz y Fuerza hacen saltar los tapones de la usina central.

La oligarquía argentina y sus personeros mediáticos y militares comprendieron rápidamente la situación y actuaron en consecuencia enviando al ejército a recuperar la ciudad. Si bien lo lograron, ya no podrán detener el auge de la lucha popular. Tosco es detenido y condenado por un tribunal militar a ocho años de prisión y enviado al penal de Santa Rosa en La Pampa y luego a Rawson hasta el 6 de diciembre en que la presión popular logrará su amnistía y liberación.

Tosco está persuadido de que el sindicalismo debe tener metas políticas, ir mucho más allá de las meras reivindicaciones económicas y que está obligado a concientizar a los trabajadores. Sin embargo, llama a no confundir la lucha sindical como palanca para la liberación con las tareas del frente político.

El golpe de Estado producido en Córdoba el 27 de febrero de 1974, cuando el jefe de la policía, teniente coronel Navarro, destituye a Obregón Cano y a Atilio López, sumado a la intervención en el sindicato y la condena a muerte de la Triple A, obligan a Tosco, el 9 de octubre de 1974, a pasar a la clandestinidad. Los avatares de este estado y una salud precaria contribuirán al desencadenamiento de una encefalitis que lo llevará a la muerte el 4 de noviembre de 1975.

Veinte mil personas asistieron a su sepelio. La policía y los sicarios del régimen se hicieron presentes en el cementerio de San Jerónimo tiroteando el cortejo fúnebre. El odio los movilizaba, no lo habían podido “cazar vivo”, por eso iban por su cadáver. Sólo unos pocos compañeros lograron cubrir el féretro y esconderlo de la barbarie fascista. Tosco había dejado un mensaje de lucha y de coherencia. La oligarquía argentina no perdona -ni aún después de muertos- a sus enemigos de clase.

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